Azul de media noche
LUEGO de tres semanas de recorrer otros puertos -cargados de historia, antigüedad, teatro y filosofía- Puerto Libertad vuelve al mar donde vive: un mar alto y montañoso, por donde navegan esperanzas y violencias, progresos y miserias, encuentros y abandonos.
Una noche vimos un remolino de olas en contravía: iban y venían empujándose en círculos, del mar adentro hacia los arcos, del fondo hacia la luna, del viento a las rocas; así y viceversa, como si el ritmo tuviera eco, fuerza y desafío. Y pensé que ese remolino azul-de-media-noche, se parecía mucho a la vida. Con esa sensación me subí al auto, y 240 kilómetros después, ya lejos de la costa, comprendí que ese mar no se había quedado atrás: esas imágenes que se ven con los ojos de la piel y del corazón, se meten dentro de uno y se llevan siempre con uno mismo. Mejor dicho, son uno mismo, y por eso uno nunca es el mismo.
Hoy, frente a mi portátil, a ocho mil kilómetros de distancia de ese mar y 2.600 metros más cerca de las estrellas, siento las olas chocar contra mi ventana, y tal vez mañana encuentre en las copas de los árboles, copos de sal.
Doy gracias por esas fuerzas en contravía; por ese torbellino a veces imperceptible y a veces violento; por esas contradicciones cotidianas entre el ser y el deber ser, entre la realidad y lo que pretendemos, entre el caos y la serenidad. Si todo fuera una llanura ancha y amarilla, como esos cultivos de trigo que en algunas partes parecen infinitos, ¿qué nos mantendría vivos y alertas?, ¿qué nos obligaría a pensar, a creer y -sobre todo- a dudar?
Cuando uno mira a Colombia desde lejos, cuando uno la siente tan nueva frente a las artes, las creencias y las culturas milenarias que han habitado otro continente por los siglos de los siglos; cuando uno la ve tan herida por los conflictos internos, pero tan ajena a lo que fueron las grandes guerras con refugios antiaéreos, bombardeos y ciudades arrasadas por los cazas enemigos, uno comprende que buena parte de nuestros errores se explica por la cantidad de caminos que no hemos recorrido; porque nacimos tarde respecto al otro mundo; porque apenas empezamos a darnos cuenta de la historia y sus memorias; porque heredamos una cantidad de cosas que no sabíamos manejar, y entonces fueron esas cosas las que empezaron a manejarnos, y desde entonces nos ha costado hacernos a imagen y semejanza de nosotros mismos.
Fuimos conquistados, colonizados, adoctrinados, y casi todos los “ados” inherentes a las relaciones de dominio. No sé cuántos siglos de atraso nos cueste haber sido tratados como surtidores de oro, esclavos y maíz. Tal vez muchas cosas serían distintas, si nuestra conversación con el viejo mundo hubiera sido más de aprendizaje que de sumisión, pero de eso, ambos somos responsables.
Ya el mundo es uno y es todos; es ancho mas no ajeno. Duele, aplaude, celebra y entierra. Naufraga y resucita. Remolino azul-de-media-noche, latido, tic-tac del cielo, la tierra y el mar.
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