Llegó a conocer a la Colombia real, hizo una inmersión silenciosa y constante en ella, recorrió los rincones más apartados. Acudió a la periferia, física y espiritual, de quiénes lo necesitaban. Escuchó, y mucho, sobre los sufrimientos, pero también pudo apreciar y valorar la capacidad de reinventarse de los colombianos. Su resiliencia.
Desconfió de los estereotipos simplistas y de los slogans vendedores pero se acercó, desprevenido, al más encumbrado y al más humilde. Descifró, por si mismo, lo que muchos politicos han codiciado saber: ¿Qué es lo que moviliza el alma de los colombianos? No fue una tarea fácil para un diplomático extranjero y menos en una época de tanta agitación política, divisiones y juego de intereses, como la vivida durante los últimos años, sin embargo, lo logró con creces. El Nuncio Apostólico Ettore Balestrero, terminó su misión en este país pero se lleva hoy la ¡Gratitud! de la Colombia entrañable, la que acudió masivamente a la visita del Papa Francisco. A su trabajo silencioso se debió, el mayor logro de la visita: El vicario de Cristo en la tierra fue acogido por todos y no sólo por la mitad de la población. Vino para todos. A unir y no a dividir.
El contraste con lo acontecido en Chile, permite mirar objetivamente el éxito de la visita del Papa a Colombia.
Analizada en perspectiva es posible apreciarla en su magnitud. El efecto político mayor fue el de desarmar los espíritus. El de borrar, con bendiciones para todos, la frontera artificial, entre malos y buenos, creada por la propaganda falsa en torno a la paz. Desactivó un ambiente cargado de municiones verbales para descalificar al otro, que los expertos temieron, pudiera conducir a la violencia física como determinador electoral. El tono firme pero, conciliador y pastoral del Papa, llamó con nombre propio al pecado, viniere de donde viniere, y lo condenó, pero abrazó con Misericordia al Pecador.
Como efecto secundario, el Papa, como el más creible líder internacional, logró que el mundo civilizado comprendiera que en Colombia nadie quiere la guerra, porque todos fueron víctimas. Su gesto de acoger a todos, le dijo al mundo que este país le apuesta a la esperanza y no está dividido entre amigos y enemigos de la reconciliación.
Con verdad, sin miedo y con elegante prudencia, el Nuncio abrió las puertas de la casa del Papa para escuchar a las víctimas y exvictimarios de todos los grupos armados, a los funcionarios del gobierno y a quiénes estaban en la oposición. A los jerarcas de la iglesia y también a los sacerdotes más humildes. A los laicos consagrados y también a los desencantados. A los políticos y a los apolíticos. Siguiendo el ejemplo del Papa Francisco en su pontificado, privilegió la voz de la mujer, no como un ser servil, sino como un ser pensante y empoderado, que enriquece la familia y tiene mucho que aportarle a la sociedad.
Su coherencia y claridad en la misión, recuerda la frase de Jesús: “Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22, 15-21)