A veces uno siente el cosquilleo del vértigo cuando escribe de cosas que no conoce con la suficiente profundidad: un periodista medio no puede ser 'ucraniólogo' como no puede ser 'afganistanólogo', vulcanólogo o epidemiólogo, por ejemplo. Sin embargo, sobre todo eso tenemos muchos días que lanzar nuestras opiniones quizá no del todo informadas.
Escribimos a veces con la rabia de ver el sufrimiento que se está imponiendo a la gente con una invasión militar injusta, pero sabemos que con ello apenas podremos hacer otra cosa que generar un entorno de solidaridad para los que padecen, impactados por esas imágenes terribles de bombardeos, niños en el exilio despidiéndose de su padre que va a combatir en la resistencia. Esos reportajes magníficos que nos envía un grupo de periodistas españoles de los que me siento colectivamente orgulloso. Pero poco más es lo que sabemos de esa guerra necia desatada por Putin que acabará quizá con Rusia como vencedora, pero con el 'sátrapa' Putin, confío, como vencido.
Y aquí, en la desinformación sistemática a la que desde la satrapía nos someten no solo a los periodistas, sino a todos los ciudadanos, es donde encuentro mi derecho, al menos como periodista, a levantar la voz. El neo-zar ruso lleva muchos años pisoteando la libertad de expresión, provocando 'fake news' a destajo, empleando a delincuentes informáticos para deformar los mensajes en las redes. Ahora, el sátrapa simplemente ha decidido cortar esas redes, que ya no puede controlar, al tiempo que calla, brutalmente, no ya cualquier voz disidente, sino incluso cualquier atisbo de comunicación verdadera: prohibido utilizar la palabra 'guerra'. Hay que buscar sinónimos leves, rodear la semántica, edulcorar al máximo una realidad que está llevando a miles de rusos a protestar en las calles y a ser encarcelados por ello: ya van unos ocho mil ingresados en prisiones, estiman entidades como OVD-Info.
Ya sé que la primera víctima en una guerra es la verdad y que el apagón informativo es lo primero que decretan los bandos combatientes. Pero en la era en la que la información se propaga a la velocidad de la luz y la comunicación es un bien imprescindible para la pervivencia, las últimas medidas adoptadas por la Duma rusa para restringir las comunicaciones van a tener consecuencias imprevisibles, además de aislar aún más a la Rusia de Putin: hasta la BBC ha anunciado un retorno a las emisiones de onda corta, como en la segunda guerra mundial, para sortear la censura del Kremlin.
Ya sé que es complicado evaluar el coste que, en todos los órdenes, va a tener la insensatez de un gobernante que actúa como un auténtico loco: turismo, comercio, viajes, coste de la energía y de determinados productos alimenticos, restricciones de todo tipo van a acabar con la tímida recuperación posCovid que ya se estaba iniciando. Desde luego, en el ámbito de la comunicación el precio a pagar va a ser muy alto. Volvemos al 'sangre, sudor y lágrimas' de Churchill, como en todas las guerras. Viviremos, todos, algo peor. Pero lo más lacerante es que, encima, te hagan creer que la guerra no existe, disfrazada con esa variedad de palabras a las que ya nos acostumbramos quienes teníamos que ejercer este oficio durante el franquismo: son todos ellos lo mismo. Que se lo digan a Anna Politovskaya, la disidente periodista rusa, asesinada en el ascensor de su casa en Moscú en 2006. Porque la represión contra cualquier atisbo de verdad comenzó mucho antes de que Putin decidiese declarar esta no-guerra que le va a costar tan cara. Viva Ucrania libre, que es una frase que no podría escribir si hoy estuviese en Moscú.