Los sistemas políticos actuales- en especial el estadounidense- fueron diseñados según la experiencia política de los antiguos. A raíz de la ausencia de repúblicas vigentes y exitosas -Venecia se encontraba en sus últimos estertores al final del siglo XVIII- los próceres estadounidenses miraron hacia la historia de Grecia y Roma.
Por ello la antigüedad no deja de ser relevante. En particular, la crisis final de la República romana es pertinente hoy, porque surgió del choque entre un sistema diseñado para una era anterior y unas condiciones futuras drásticamente distintas.
La constitución de la República fue exitosa y se mantuvo -pese a grandes dificultades y numerosas reformas- sobre todo mientras las armas estuvieron en manos de un ejército de ciudadanos-labradores. Mientras Roma luchaba por sobrevivir en el centro de Italia, sus campañas eran lo suficientemente cortas y cercanas para que el soldado-labrador no dejara de atender sus tierras por largos períodos de tiempo. Este agrarismo también produjo fuertes sentimientos de lealtad hacia la república que lo preservaba.
Roma expandió su poder y, paulatinamente, profesionalizó a su ejército. Las campañas imperiales más allá de la península italiana debilitaron el agrarismo republicano. Con el tiempo, los soldados, cuya base se democratizó, llegaron a ser leales al general que les ofrecía botín y gloria, más no a la anticuada y abstracta idea de una República moribunda. El cesarismo le dio su estocada final.
Como entonces, hoy también nos regimos bajo instituciones creadas para eras anteriores. Los próceres estadounidenses crearon un sistema constitucional diseñado para una época aún primitiva en términos de comunicación y transporte. El aspecto representativo correspondía al ideal del legislador ilustrado, que no sólo sirviera de intermediario entre los votantes y el poder legislativo, sino que también tuviera una capacidad económica independiente; en 1816, la propuesta de instaurar un salario anual para los congresistas, quienes eran remunerados moderadamente por sus días en sesión, desató protestas masivas.
Como advirtió un crítico de la época, un alto salario para los congresistas podía “incitar la codicia de abogados de tercer nivel”.
Dicho sistema ha caído en desuso en un mundo de comunicaciones instantáneas. Además, ha surgido una clase profesional de políticos rentistas muy bien remunerados y con ningún incentivo para dejar de serlo. De manera contraria, la tecnología digital ha generado un ocaso de los intermediarios al facilitar la toma directa de decisiones en numerosos campos, incluyendo el de la política.
Cuando le preguntaron qué sistema de gobierno sería ideal para una colonia en Marte, Elon Musk, quien admira al prócer Benjamín Franklin, respondió que él establecería una democracia directa, “donde la gente vote directamente para decidir sus asuntos, sin tener que depender de un gobierno representativo”. Ciertamente, la tecnología para lograrlo está disponible, inclusive en este planeta. El único reto sería salvaguardar los derechos negativos -vida, propiedad y libertad- de las decisiones mayoritarias.
Nos aproximamos a un mundo como el de Eudoro Acevedo, el personaje de Borges que describió cómo los gobiernos y políticos cayeron “gradualmente en desuso”.