Algunas veces, y la mayoría de ellas sin quererlo, uno deja atrapados a ciertos autores que le llaman la atención en el limbo nebuloso de la no lectura simplemente porque sí. Este común, aunque no por ello menos curioso, fenómeno de ghosting literario bien podría achacarse a la fuerza caprichosa del libre albedrío del lector o a la finitud misma del tiempo que, en confabulación con el bombardeo masivo de contenido audiovisual que nos acecha, sencillamente hace que no podamos llegar a todo. En mi caso, uno de esos escritores es Herta Müller (Nobel 2009) y hoy, tras redimirme leyendo “La Bestia del Corazón”, no puedo estar más arrepentido de haber archivado en el olvido de mi biblioteca al primero de sus libros que compré, hace ya casi una década.
Ya en la última página no sólo me atormentaba que mi vida y sus letras no se hubiesen cruzado antes, sino también la certeza melancólica de que, aunque todavía saludable a sus 70 años, Herta Müller lleva muchísimo tiempo fuera del circuito editorial y que dicha tendencia hacia la evanescencia parece convertirse, para desgracia de la humanidad, en la alternativa recurrente de muchos de sus colegas laureados. Si a lo anterior le sumamos las tristes desapariciones este año de Kenzaburo Oé (Nobel 1994) o Louise Glück (Nobel 2020) y el reciente anuncio sobre el inminente retiro de Mario Vargas Llosa (Nobel 2010), comienza a despuntar en el horizonte una advenediza crisis de oro literario.
Entre los inactivos más notables están Alice Munro (Nobel 2013) quien hizo uso del buen retiro con ocasión de su coronación en Estocolmo, Elfriede Jelinek (Nobel 2004) cuyo corazón de rara avis antisistema hace que muy posiblemente su última novela “rein Gold” de 2013 nunca se traduzca al español, Gao Xingjian (Nobel 2000) de quien desde principios del milenio sólo conocemos “Vingt-Cinq Ans Après”, un escueto texto de 20 páginas, y Svetlana Aleksiévich (Nobel 2015), pluma que entendiblemente se mantiene en silencio desde hace una década, pues no se anda con prisas a la hora de recolectar las voces que compondrán su siguiente obra, y cuyo texto “Fascinados por la Muerte” sobre la ola de intentos de suicidio que siguió a la debacle de la Unión Soviética encontró interés suficiente para traducirse al francés y al alemán, pero no al inglés ni al español.
Los que aguantan el tipo son los mismos de siempre: Orhan Pamuk (Nobel 2005), J. M. Coetzee (Nobel 2003), Patrick Modiano (Nobel 2014), Kazuo Ishiguro (Nobel 2017) y Olga Tokarczuk (Nobel 2018) de quienes siempre podemos esperar una producción periódica de calidad, la cual junto con algunas pruebas esporádicas de supervivencia de Wole Soyinka (Nobel 1986 y único ganador vivo del Siglo XX), Peter Handke (Nobel 2019) y Mo Yan (Nobel 2012) ayudan a mantener engrasada y en marcha a la maquinaria editorial que tanto ayuda a las librerías del planeta a alejar los fantasmas de la bancarrota, pero refuerza la inquietante percepción de que el Nobel de Literatura es un galardón de despedida para autores con más pasado que presente.