HERNANDO GÓMEZ BUENDÍA | El Nuevo Siglo
Domingo, 11 de Noviembre de 2012

Elecciones planetarias

 

It´s the economy, stupid!

 

Fue  James Carville, el gran cerebro electoral de Clinton,  quien volvió a descubrir que los americanos votan con el bolsillo; y esta vez, según las encuestas a boca de urna, la economía fue el factor decisivo para 83 de cada cien votantes. Por eso mismo es muy raro que hubiera ganado Obama: con 23 millones de desempleados y 47 millones de personas en pobreza.  

Sucede sin embargo que al lobo se le vieron las orejas: la gente no le creyó a Romney, por todo lo que es, por lo que dijo sin querer queriendo, y porque la mayoría de los encuestados sabía que Obama “entiende mejor la situación de las personas como yo”. Y es que la gente “como yo” no es boba: los electores sabían que el nivel de vida de la mayor parte de los americanos es insostenible. Esa fue la clave de esta historia.  

En un país donde el american dream era posible para los hijos y los hijos de los hijos, el declive, si bien comenzó hace medio siglo, se aceleró en estos últimos años: entre 2000 y 2010 se perdió el 34% del empleo manufacturero, y el ingreso del hogar de clase media disminuyó en 7%. No obstante, la globalización creó una clase alta internacional que vive principalmente en EE.UU. y cuyos intereses pasan por EE.UU.: esta la otra clave del asunto.

Las clases altas -y los fondos de pensión- del mundo entero tienen sus inversiones en Estados Unidos. China, la potencia emergente, es la primera interesada en la prosperidad de su rival: es el destino principal de sus exportaciones y es titular del 32% de su deuda. Los jeques árabes y los magnates de todos los colores necesitan que EE.UU. no fracase, y este seguro le sirve a Wall Street para seguir sus maromas financieras. 

Pero la clase alta mundial, que sobre todo es la clase alta americana, se ha distanciado del resto del país: la totalidad de la riqueza nueva que se creó entre 1980 y 2010 quedó en manos del 30% más rico de los estadounidenses, y la tajada del 1%, que son los súper-ricos, pasó de 11,3 a 32,9%. En La Ruptura, el bestseller de  Charles Murray, se retratan los dos países opuestos en sus maneras de vivir o de comer o de bailar o de reír o de lavar la ropa: “América está rota”.                

Y llegan las elecciones. ¿Cómo explicar entonces la elección tan reñida y el centrismo que Obama ha mantenido tan cuidadosamente?

La respuesta cortica es que los súper-ricos se las han arreglado para que los pobres no voten con el bolsillo sino con el fanatismo. Es el otro secreto de aquella sociedad tan peculiar, que está a la punta de la modernidad y donde no obstante la religión sigue mezclada con la vida pública. Desde el principio y a lo largo de dos siglos, los movimientos revivalistas han estado recorriendo las praderas -contando aquí al mormón, la muy extraña religión de Romney- (enseñan por ejemplo que Dios reside en el planeta Kola) y el no menos extraño Tea Party (que no cree en la evolución ni en el cambio climático ni en que la violación pueda producir embarazo). En fin, el hecho fue evidente: en los suburbios, donde viven los ricos, ganaron Romney y Ryan 3 a 1; en el campo, donde viven los pobres que votan por motivos religiosos, ganaron 2 a 1; en las ciudades, donde vive los negros y los blancos que votan por razones de este mundo, Obama y Biden se impusieron 3 a 1.                   

Lo malo de esta historia es que siguió el empate entre ambos bloques: Obama gana por un margen escaso, en el Senado no hay la mayoría de 60% que (tramposamente) se necesita para decidir, y la Cámara es todavía más republicana. Pero en un plano que en realidad podría ser el decisivo, sí se produjo un cambio de gran calado: el voto blanco bajó de 88 a 72% en esta década, y Obama obtuvo el 98% de los votos negros, el 72% de los latinos y el 63% de los asiáticos. Los menores de 29 años votaron nítidamente por Obama y los mayores de 65 lo hicieron por Mitt Romney.

En ese país-mundo donde pasan las cosas que sí importan, está emergiendo la coalición de los que no cabían. Y ese país-imperio amado y detestado con pasión, está volviendo a ser “la nación de naciones” que celebró Walt Whitman, “el lugar donde todos tenemos un hogar”, un pedazo de vida, un pariente cercano, la ilusión de una visa, la ciencia que aprendimos, la música o el cine que se quedó pegado de cuando fuimos jóvenes o niños. País-mundo y elecciones planetarias.