La irresponsabilidad de un gobernante se evidencia no solo cuando adopta medidas sin estudiarlas, sino cuando adquiere la mala costumbre de estar haciendo anuncios solo para ganarse unos efímeros aplausos que no terminan en nada.
Este parece ser el estilo de la administración Petro que cada día se afianza con mayores perfiles. Las cosas se dicen -no para ejecutarlas- sino para arrancar pasajeros aplausos que luego se olvidan en la ciénaga de la inacción y el desgobierno.
¿Qué tal el encarte en que anda el gobierno Petro con el tema de los peajes? Resolvió congelarlos para 2023. Pero como se trata de contratos de concesión es indispensable resarcir a los concesionarios que fueron congelados con ligereza. El chiste vale más de un billón de pesos que el gobierno no tiene. ¿Qué va a hacer en 2024? ¿Seguirán congelados? ¿Los restablece el año entrante recogiendo el atraso del 2023? ¿Dejará sin devolver lo que se debió recaudar en el 2023 de lo que depende el cierre financiero de estos contratos? ¿Qué se ha pensado para rehabilitar la confianza perdida de los inversionistas en este campo crucial para la infraestructura?
Otro día viene el anuncio calenturiento en Pitalito de que se va a renegociar el TLC con Estados Unidos. Los ministros tienen entonces que salir presurosos a aclarar que no se trata de renegociar sino de buscar unos modestos ajustes, puesto que pretender la renegociación -como dijo con ligereza el presidente-equivaldría a iniciar algo imposible en un año electoral en Estados Unidos. Y mucho menos en un calamitoso momento cuando las exportaciones del país están desplomadas cayendo cerca del 30%.
De renegociación no volvió a hablarse, pero quedó la mala impresión de un presidente que con tal de ganarse un aplauso no tuvo inconveniente en trastocar los hechos y los dichos. Creando de paso una pésima imagen de la manera como su gobierno pretende manejar los delicados asuntos del comercio internacional.
Esta semana fue el turno de las carreteras. Ante las dificultades de la vía al Llano, la emprendió contra los concesionarios. Dando a entender (entre aplausos de nuevo, cómo no) que se disponía a “nacionalizar” la carretera Bogotá Villavicencio para poder así echarle mano al tesoro de los retenes (los mismos que congeló este año) de los que dijo que los concesionarios no estaban atendiendo los gastos necesarios para mantener en buena forma la vía.
Si el gobierno tiene reparos al cumplimiento de las obligaciones de los concesionarios en las vías donde hay peajes debe exigirles que cumplan con sus obligaciones. Pero salir ahora a decir que, entonces, se está pensando en “nacionalizarlas” todas las vías nacionales es un disparate mayor que los derrumbes de la carretera a Villavo.
Para nacionalizar esta vía (es decir para dar por terminado el contrato de concesión) habría de entrada que resarcir a los privados que metieron capital grande y confianza en la seriedad jurídica del país para ejecutar las obras que el gobierno no alcanza a realizar. ¿Cuánto costaría esta nacionalización? ¿Cuántos pleitos innecesarios tendría que enfrentar Colombia? ¿Cuánta desconfianza entre los potenciales inversionistas de los que depende que en el futuro podamos hacer infraestructura que valga la pena?
Seguramente el presidente Petro no hizo estos cálculos al recibir los efímeros aplausos de los asistentes al foro. Pero qué importa: se ganó un aplauso más para el gobierno de la hojarasca verbal.