HORACIO GÓMEZ ARISTIZÁBAL | El Nuevo Siglo
Jueves, 19 de Julio de 2012

El valor de los amigos

 

Es propio del ser humano compartir éxitos, placeres, experiencias, derrotas y frustraciones. Cicerón afirmaba que si alguien sube al cielo y contempla emocionado las bellezas del mundo celestial, no encontraría mucha gracia en tanto prodigio si no tuviera a quien contárselo. La naturaleza no ama la soledad y encontrar amigos es la mayor felicidad imaginable. Hallamos magia en el éxito, pues la alegría del triunfo es contagiosa. El sentimiento interior necesita movimientos externos. Si a las ramas secas  no se les arrima el fuego, permanecen inertes como la piedra. Darío expresó: “El árbol es apenas sensitivo; la dura piedra ya no siente”. Compartir la felicidad es multiplicarla y volverla productiva. ¿Cómo escoger los amigos? En esto influyen diversos factores. La intuición, los afectos, las circunstancias. Voltaire sostenía en forma pragmática, que la amistad es un intercambio de favores. “Dadme lo que yo deseo y tú tendrás lo que deseas…”.

En la política el interés, con frecuencia anula el sentido de la amistad. La filosofía maquiavélica enseña que “el fin justifica los medios”. Multitud de conductores políticos son de sangre fría. A veces salvan a los pueblos. Pero consideran, dominados por el ambiente, fichas a sus semejantes y los utilizan despiadadamente.

La más importante reserva del ser humano es un buen  amigo. Nadie puede pretender sembrar un árbol y cosechar su fruto al día siguiente. Los mejores vinos y los mejores amigos son los más añejos. Es grato reunirse con el buen amigo al calor de unas copas y hablar plácidamente del amor, la riqueza, el arte, la música, la política y mil cosas más.

La vida sin amigos es como un páramo o un desierto. Esto hace pensar en la roca dura, en la peña hostil. En la soledad del páramo uno no encuentra flores, ni frutos, ni fuentes, ni músicas alegres. En el vientre de una roca cubierta de malezas, sólo hallamos la abrupta aridez.

Cuando confiamos secretos al mejor amigo, sólo nos rodea el silencio. Ese silencio parecido a la música celestial de que hablaba Shakespeare. Sin amigos a quienes contarles nuestras aventuras y recónditas ambiciones o derrotas, la vida sería un cascarón vacío. Gracias a la amistad se le encuentra gusto a la gris cotidianidad. Hazte amar, que el hombre es sólo justo con el que ama.

El diálogo sereno y franco con el amigo es uno de los encantos de la vida. A veces la soledad no deseada tiene el sabor amargo del acíbar, y hace pensar en los crepúsculos lluviosos.