A pesar de la expectativa, aunque con escepticismo, de que Gustavo Petro asumiría una postura sensata frente al fraude perpetrado en Venezuela por su “nuevo mejor amigo”, Nicolás Maduro, lo que finalmente ocurrió era previsible: Petro inclinó su cabeza ante el tirano. Primero, tardó más de sesenta horas en pronunciarse después del cierre de las urnas, sin aportar nada. Sin embargo, entró en un juego peligroso y pusilánime, desviando la atención a través de conversaciones con sus homólogos de Brasil y México, ganando tiempo mientras recibía instrucciones de la vecindad.
Finalmente, Petro se expresó, buscando complacer a Maduro y pasando por encima de la voluntad de más del 70% de los venezolanos que pudieron votar el 28 de julio, quienes rechazaron contundentemente la continuidad de la dictadura. Petro sugirió un “frente nacional” para Venezuela. Además, lo que parece ser el guion dictado por Maduro: “Levantamiento de todas las sanciones contra Venezuela. Amnistía general, nacional e internacional. Garantías totales para la acción política. Gobierno de cohabitación transitorio. Nuevas elecciones...” Todo esto, después de haber afirmado que no intervendría: “No es un gobierno extranjero el que debe decidir quién es el presidente de Venezuela”.
En resumen, nada bueno se podía esperar del par de personajes que se dicen amigos cuando les conviene a sus intereses personales, y que fingen distanciarse también por conveniencia. Manejan las relaciones entre ambos países buscando su propio beneficio, ignorando lo que en teoría representan; aunque la verdad, salvo sus camarillas, pocos ciudadanos los reconoce. Qué se puede pensar cuando uno dice del otro: "A Maduro ni lo conozco (...) De Maduro tengo enormes desconfianzas por su práctica política. Me parece un tipo incapaz..." Y el otro responde: "A Petro lo respeto mucho, me parece un hombre muy inteligente. Tengo un buen nivel de diálogo y respeto con él (...) Petro es un hombre honorable, serio. Escucho mucho sus consejos". Un par de hipócritas.
La propuesta de Petro demuestra, sin lugar a dudas, su complicidad con Maduro, ya sea por dependencia, reverencia o temor al descubrimiento de oscuros secretos que presuntamente existen entre ambos. No olvidemos las declaraciones del narco Diosdado Cabello, quien afirmó que desde Venezuela financiaron la campaña de Petro. Están mutuamente amarrados.
Lo cierto es que la postura de Petro frente a lo ocurrido en Venezuela debe encender las alarmas en Colombia, pues está legitimando un fraude. “Hoy por ti, mañana por mí”, dice el adagio popular. Esto indica que el panorama en Colombia, aunque ya estaba enrarecido con sospechas, se aclara: Petro y Maduro no son ni amigos ni enemigos, son cómplices en la búsqueda de sus beneficios personales y se devuelven favores. Ahora sabemos por dónde viene el agua del molino.
En cuanto a las elecciones en Venezuela, estas ya ocurrieron y no se pueden repetir. La oposición, liderada por María Corina Machado, ganó de manera abrumadora, incluso con las reglas impuestas por el régimen; y el presidente electo es Edmundo González. La propuesta de componendas para repartirse el poder y proteger al dictador es abusiva e irrespetuosa con el pueblo venezolano. Colombia, que ha recibido a cerca de tres millones de venezolanos que huyeron de la dictadura, debe mantenerse firme y sin titubeos frente a la defensa del resultado electoral; hoy nos necesitan. La posición de Petro es personal y no representa a la gran mayoría de los colombianos. Punto.
@ernestomaciast