Una conversación incómoda | El Nuevo Siglo
Miércoles, 15 de Enero de 2025

La crisis de Venezuela no solo da cuenta de lo vulnerable que es la democracia y la opresión descarada de la que puede ser víctima un pueblo cuando el sátrapa ostenta el poder de las armas, sino que refleja el resquebrajamiento del sistema internacional, la necesidad de replantearse el governance de dicho ecosistema, y la politización del mismo que hoy funge, sin el menor de los decoros, como directorio político de la izquierda.

Nunca como el 28 de julio de 2024, la esperanza había revivido en los corazones de los millones de venezolanos que sufren los excesos del régimen. Como si fuera la primera vez que les prometían acogerse a la voluntad democrática y con fe casi que ciega, el bravo pueblo se movilizó de forma masiva a las urnas dentro y fuera del país, para manifestar su apoyo férreo a María Corina Machado y a Edmundo González Urrutia. El hastío, el sufrimiento, el sentido de pérdida de varias generaciones y el dolor de la separación de familias enteras, fueron determinantes para que, pese a la opresión y la manipulación salvaje del certamen electoral, Maduro fuera derrotado de forma aturdidora en los comicios. Lamentablemente, una vez más, no pasó nada.

Maduro y su ejército de áulicos encontraron la forma de, nuevamente, hacerle el quite a la voluntad popular y con el impulso legitimador de gobiernos con pretensiones autócratas como el nuestro -que ven materializado en la dictadura venezolana sus sueños más íntimos-, y el silencio cómplice de la comunidad internacional, el régimen decidió unilateralmente que la voz de la democracia no resonaba a sus oídos y que, como dijo alguna vez un presidente colombiano también amigo del régimen, “Aquí estoy y aquí me quedo”.

Con el cambio de línea en el poder en Estados Unidos la lucecilla de la esperanza volvió a colarse en los demócratas del continente. Ingenua, muy ingenuamente pensamos que una vez llegase el día de la posesión, la comunidad internacional ya con Trump como próximo presidente de EE.UU., iba a ejercer unas presiones o negociaciones suficientes para que los líderes del régimen abordasen alguno de los varios aviones de su propiedad estacionados en Caracas y, huyendo con toda la plata y hasta impunemente, dejaran por fin en libertad a Venezuela.

Otra vez, la valiente María Corina desafió muy a su estilo la opresión y movilizó a millones de venezolanos a las calles el 9 de enero -todo esto mientras en RTVC, el sistema de Medios públicos de Colombia contaba una historieta que sirviera de publirreportaje a la dictadura desconociendo el poder de convocatoria de Machado, pero en eso no profundizaremos en estas líneas-. Tras un discurso inspirador que buscaba mantener encendida la resistencia en el bravo pueblo, cansado ya de tanto aguantar, abordó una moto y algunos kilómetros después, hirieron a su conductor, fue retenida por el régimen por un par de horas, obligada a grabar unos videos y posteriormente, sin razón clara, aunque con millones de especulaciones sobre las posibilidades, liberada.

La noticia entonces ya no era la resistencia de millones de venezolanos, ni la descarada usurpación del poder de Nicolás Maduro, sino el secuestro no secuestro de María Corina. Magistralmente y en una estrategia de delicada filigrana, lograron que todos ya no habláramos de Maduro y su dictadura evidenciada, sino que nos concentráramos en especulaciones sobre qué había pasado en el lapso de tiempo en el que la “Libertadora” estuvo retenida. La comunidad internacional, tímida como siempre envió, con pocas excepciones, unos tweets muy tibios para quedar bien con Dios y con el diablo, y la ONU y todos los demás cuerpos oficinescos del sistema internacional, brillaron una vez más por su desidia.

En medio de tanto silencio aturdidor, el presidente Uribe desde Cúcuta, incomodando a muchos, pero sin un ápice de cobardía, sugirió lo que tantos demócratas pensamos y no nos atrevemos a discutir por nociones de realismo político o por el deber de corrección que nos han inoculado: la ONU, si hiciese honor a su propósito fundacional, tendría que convocar una intervención basada en el principio liberal de responsabilidad de proteger, para enfrentar la tiranía en Venezuela. Como ya sabemos que no lo va a hacer -porque hoy esa organización es un directorio político de la izquierda dominada por dos votos en el Consejo de Seguridad, y que cuesta a países como el nuestro millones de dólares al año-, llegó el momento de repensarse el modelo del ecosistema institucional como está configurado hasta hoy.

Para evitar el exterminio de los pueblos que resisten, los demócratas del mundo debemos promover, sin titubeos y sin intermediarios entorpecedores de tal objetivo, (que es en lo que hoy se han convertido esos cuerpos burocráticos), la protección de la democracia a nivel internacional como valor absoluto. Ya sea por negociaciones agresivas que, a nuestro pesar, permitan la huida del tirano, o por otras acciones con altísimos costos, claro está, que involucren incluso la vía militar, tenemos que devolver el poder a los pueblos demócratas soberanos y quitarle la capacidad legitimadora de cientos de abusos, a los organismos internacionales. El modelo institucional del sistema internacional se agotó y tenemos que tener esa conversación incómoda.

Pd: Lamento, con estas líneas, probablemente desafiar algunas conclusiones de quien, sin duda, es uno de los mejores profesores que tuve en mi formación, el Doctor Víctor Mijares. Pero él, como gran demócrata que es, seguramente celebrará este nuevo desacuerdo.