Indigencia y mendicidad | El Nuevo Siglo
Jueves, 30 de Noviembre de 2017

Hace unos 50 años Bogotá se caracterizaba por los gamines en las calles. Niños abandonados que vivían deambulando pidiendo limosna y comida, haciendo travesuras y empezando a delinquir. Estas criaturas crecieron haciendo tránsito a la delincuencia y descubrieron las drogas, el bóxer, la gasolina y otros elementos de vicio para sobrellevar sus vidas, hasta que se volvieron viejos y “ñeros”. Así comenzó en Bogotá la  cultura del mal llamado “desechable” o mejor habitante de la calle que ya hace parte del paisaje urbano de la capital.

Programas como los del padre Luna y Javier de Nicoló, Niños de los Andes y algunos otros buenos seres humanos que se dedicaron a rescatar estos infantes de la calle. Pero aún sus maravillosos programas se quedaron cortos, el número siguió en aumento. Ya no se ven casi los gamincitos, sino los mal llamados “desechables”, personas humanas que atrapados por la droga se convirtieron en habitantes de la calle.

Estos pobres seres humanos sin ninguna dignidad, son parte del hábitat de la ciudad, es solo caminar un poco por la carrera séptima y se encuentran cientos de ellos, unos tirados sobre los andenes totalmente dormidos en los dinteles de edificios, bancas de parques o separadores viales, en fin, en cualquier lugar.

Otros cuantos rondan por los semáforos, unos dispuestos a robar espejos de vehículos, carteras de señoras o a cualquiera que se descuide, otros simplemente golpear llantas de los carros con un palo en actitud amenazante para procurarse unas monedas. El Estado ha sido impotente. No se sabe si el fenómeno es exclusivo de Bogotá o también en otras ciudades existe, pero la verdad es que cada día crece más el número de indigentes en la más importante ciudad colombiana.

Las estadísticas del Dane y la gran prensa sitúan a la capital con 15 mil habitantes de la calle, pero se piensa que ese número se quedó corto. Sumado a lo anterior está un inmenso número de adultos mayores que también frecuentan la calle como indigentes pidiendo limosna para su sustento diario. A diferencia de los “desechables”, estos viejitos permanecen unas horas en los semáforos para lograr alcanzar la tarifa  diaria exigida para poder pagar su manutención al dueño de algún geriátrico. El viejito que no cumpla con la cuota es arrojado a la calle.

Todo este fenómeno se desarrolla a la vista del Estado, de los gobiernos de turno, de los políticos y de la sociedad en general, pero es muy poco o casi nada lo que se hace para resolverlo definitivamente. Lo que lamentablemente indica que la indigencia nos ganó, aspecto que denigra de la dignidad humana, de la responsabilidad del estado en velar por sus ciudadanos. Son numerosas las ciudades importantes del mundo que no tienen ese problema, ejemplo: Panamá, San José, Santiago o Quito, por decir unas pocas sin incluir las europeas, algunas asiáticas y desde luego Estados Unidos. ¿Por qué nosotros no podemos?

arangodiego@hotmail.com