La masacre terrorista perpetrada por Hamás hace un año permanecerá con toda su infamia en el registro de la historia, en la larga memoria del pueblo judío, en el espíritu nacional de Israel. Infame es también el sufrimiento que la vesania de Hamás ha provocado al pueblo palestino -al que en modo alguno representa y mucho menos defiende, e infame es la guerra que se libra hoy en Oriente Medio.
Infames fueron (y siguen siendo) los comentarios de algunos propagandistas -como aquel que, cuando aún no se habían enfriado las armas de los asesinos, celebró la tragedia como “primavera palestina”-. Infames las proclamas de algunos funcionarios israelíes -incluso del más alto nivel- contra los palestinos.
Infame es que algunos gobiernos no hubieran condenado, con todas las letras, lo que no es menos que execrable. Infame que, en lugar de condenar, hayan hecho toda clase de maromas retóricas y distorsiones históricas para justificarlo -hasta sonar incluso apologéticos-. Infame el reciclaje de los signos y los lemas que evocan la sangre inocente derramada y disfrazan de canto la amenaza de aniquilación contra toda una nación. Infame la violencia de los colonos instalados en los asentamientos ilegales -que en sí mismos son infames-.
Infame la suerte de los rehenes en manos de Hamás. Infames los desmanes de los soldados, infame el desbordamiento de los ánimos al fragor de la guerra. Infame la pose de algunos intelectuales y la ideología que insufla ciertos activismos -esa que animó las acampadas universitarias-. Infame el silencio de las feministas ante el abuso y la violación de víctimas que, por ser israelíes parecen para ellas ya no ser mujeres.
Infame la expansión de la guerra a siete frentes. Infame el patrocinio iraní de milicias en varios países de la región. Infame la permisividad y la colaboración que algunos prestan -abierta o soterradamente- a ese patrocinio. Infame el ataque del régimen de los ayatolás contra Israel, confesión vociferante de sus vínculos espurios. Infame el secuestro del Líbano, del que Hezbolá ha hecho su feudo hasta convertirlo en un Estado fallido. Infame la actitud de los Estados árabes -Egipto, por ejemplo- con sus “hermanos” palestinos.
Infame la vida que han vivido, desde hace tiempo, los palestinos de a pie, e infame -por razones opuestas- la vida que han vivido los privilegiados mandamases de las organizaciones terroristas en los santuarios donde medran. Infames los sectores más recalcitrantes de la política israelí. Infames la incompetencia y la corrupción de la Autoridad Nacional Palestina y su cúpula, cebada con esta y enquistada en aquella.
Infame la soledad de Israel, como infame es la soledad del pueblo palestino. Infame el antisemitismo de algunos, largamente fermentado, regurgitado ahora sin pudor ninguno. Infame igualmente, sin reserva alguna, la islamofobia.
Infame la trivialización de la Shoá. Infame el uso viciado de una palabra como genocidio, que la priva de todo su sentido. Infame la banalización de la desgracia que lancina y aterra a tantos inocentes. Infames los que hoy marcharán enarbolando las banderas de los asesinos. Infames, en fin, todas estas infamias. *Analista y profesor de Relaciones Internacionales