JAIME ALBERTO ARRUBLA PAUCAR | El Nuevo Siglo
Jueves, 6 de Noviembre de 2014

El suicidio asistido

 

El pasado fin de semana puso fin a su vida, Brittany Maynard, de 29 años de edad, a quien los médicos le habían diagnosticado un cáncer cerebral, de pronóstico irreversible y terminal; según el devenir de su enfermedad, le esperaba una etapa final con graves padecimientos y sufrimientos.

La paciente, enamorada de la vida, dedicó sus últimos meses a compartir con su esposo y padres y se trasladó al Estado de Oregon, Estados Unidos, donde es legal el suicidio asistido. Planeó la fecha de su deceso, y de la manera más digna, ingirió los medicamentos prescritos por el médico para el efecto y esperó la muerte al lado de los suyos y de sus amigos cercanos. Dice la nota: “falleció en paz, en su cama, rodeada de la familia cercana y los seres queridos”.

Su caso coloca nuevamente al mundo entero sobre la reflexión acerca del derecho que le asiste a toda persona de morir dignamente.

Por mucho tiempo la medicina y la sociedad han mantenido la máxima, loable desde el punto de vista de derrotar la muerte, pero en muchos casos desastrosa, que señala: “mientras haya vida habrá esperanza” y ello no siempre es cierto, como en el caso en examen.

Más allá de la idea religiosa, la vida es un derecho inherente a la persona, intransferible y personal, al igual que la muerte. Cada individuo se dice “vive su propia muerte y muere su propia vida”.   Todos poseemos el derecho a no tener que encontrarnos en circunstancias que inspiren lástima o compasión a los ojos de los demás en una actitud ante la vida que se llama dignidad. Así como tenemos derecho a vivir con dignidad, también a morir dignamente.  Cuando tengamos que vivir nuestra propia muerte esperamos que esta ocurra rodeada de las mínimas aspiraciones, sin dolor y sin miseria. Esa actitud frente a la muerte también se llama dignidad.

A veces la lucha por prolongar inútilmente la vida le resta la dignidad al ser humano, lo aísla de su familia, lo introduce en un sanatorio en cuidados intensivos sin contacto alguno con sus seres queridos, y lo lleva a una muerte ausente de dignidad. Es cierto que la muerte debe diferirse por todos los medios disponibles, si existe la certeza de que el enfermo seguirá viviendo con dignidad, con la autoconciencia de que se vive y sin despertar conmiseración. Hay que apoyar, tanto a quien decide enfrentar la muerte con sufrimiento, como a quien decide asumirla diferente, evitando padecimientos, pues la dignidad también encuentra su fundamento en la libertad.

Estamos en mora de reglamentar estos derechos y de respetar la decisión humana que se quiera tomar en estos casos, como lo ha hecho esta valiente mujer. Desde hace varios años la Corte Constitucional exhortó al Congreso de la República a legislar sobre el tema; aunque la Ley Consuelo Devis Saavedra sobre cuidados paliativos es un importante avance, todavía falta un trecho largo por recorrer. Estamos en mora de sintonizar nuestra legislación con estas elementales facetas que incumben al ser humano.