JAVIER A. BARRERA | El Nuevo Siglo
Sábado, 11 de Agosto de 2012

Trampa de la historia

 

Cuentan algunos medios que en Medellín se vende un álbum de láminas con imágenes de Pablo Escobar y de la respectiva novela de Caracol. La gente comenta desde la orilla de la indignación, y a mí lo que me molesta es que haya quien se sorprenda con esto.

Es sabido que Escobar sigue vivo en el legado de cinismo y hamponería que su genio sembró en la sociedad colombiana. Los valores del cartel de Medellín no sólo se enquistaron en las instituciones, también marcaron ideales de progreso de generaciones subsecuentes.

El problema no es que una empresa pirata trate de sacar ventaja de la imagen del extinto capo, sino nuestra incapacidad para entender de donde se alimenta la percepción que nosotros, como sociedad, tenemos de este.

Que las comunas de Medellín lo vean como un héroe no es un problema de desconocimiento de historia, ni tampoco es producto del estigma delictivo que ha signado muchos de los barrios populares de la capital de Antioquia.

Más allá de lo flexibles que puedan ser los valores de los colombianos, el fantasma de Pablo Escobar representa la figura casi mítica de aquel que logró romper con la lógica de una sociedad que segrega y restringe las oportunidades de sus ciudadanos.

En Colombia, al igual que en la Edad Media, el hijo de carpintero debe ser carpintero, el hijo de periodista debe ser periodista y el hijo de expresidente debe ser jefe de un partido aun cuando su principal virtud sea no preocuparse por leer lo que firma.

Nuestra sociedad crea ciudadanos con destinos prefabricados al antojo de unos pocos. De ahí que el camino recorrido por el asesino y narcotraficante permita que Escobar pueda ser “amado” a pesar de su siniestra historia.

Es claro que un niño de 12 años no idolatra el terror, los asesinatos ni la crueldad de Escobar, muy posiblemente en su imaginario ve una persona como él que fue capaz de sobreponerse al grillete que lo obligaba a un destino que él, desde su comuna, tampoco quiere.

Está bien indignarse por Escobar, pero sería más productivo molestarse por esa lógica nuestra que permite que la figura del criminal resalte por su poder y no por su maldad.

De hecho, si de algo deberíamos sentir vergüenza es de ver cómo nuestras elites políticas y económicas se valen de los mismos métodos de la mafia para consolidarse en el poder, y no por eso pensamos que ellos son los nuevos lunares de nuestra historia.

@barrerajavier