JUAN DANIEL JARAMILLO ORTIZ | El Nuevo Siglo
Lunes, 28 de Noviembre de 2011

 

Lo que falta a la revolución árabe 

 

 

En el mundo árabe lucha una nueva generación contra un orden milenario. La semana que pasó, en Marruecos la promesa del rey Mohamed VI de transferir buena parte de poderes ejecutivos al primer ministro vuelve a inundar de ríos humanos con olor a frescura vital los rincones de Rabat. En Egipto la permanencia de los militares en el poder tiene a la juventud volcada en la plaza Tahir. En Siria decenas de soldados en la flor de sus vidas optan por muerte y defección antes que obedecer los dictados de una tiranía homicida. Y en Túnez, Libia, Yemen y Bahrein son mujeres y hombres jóvenes quienes tomaron la decisión de imponer la ruptura histórica.

Ha sido al adelanto tecnológico de las comunicaciones móviles lo que ha permitido a un conglomerado mantener día y noche el candente contagio. Si en Libia se da término a la dictadura de los Qadaffi,  en Egipto se les  marca el ritmo a los militares. Si en Siria se resiste el embate furioso de la nueva bestia Bashar al-Assad, en Marruecos no se compran las reformas institucionales cosméticas de la monarquía. Se exige democracia de verdad.

Los gobernantes se encuentran asustados, escribió un corresponsal de The New York Times la semana que pasó. Temerosos de quienes han dicho representar por siglos invocando a Allah-Taalai.  Pero también lo están las elites que, en asocio del estamento militar,  monarquías y dictaduras, vienen detentando poder y beneficios económicos con exclusión de clases medias de nombre -familias incipientes- que no han podido consolidar un nivel material de vida. A las que ha quedado, sin embargo, el capital humano de la educación universitaria que es el dispositivo de esta revolución árabe.

Pese al sentido visual que brindan las muchedumbres apretadas en El Cairo o Trípoli, en su seno hay dispersión. Y este hecho es utilizado por las dictaduras para perpetuarse, con todo el sentido político.

Libia es un agregado de ciudades-Estado, Bahrein de clanes, Siria una superposición de religiones y etnicidades. En todos los casos estructuras que cohabitan bajo las grandes sombrillas autocráticas y dictatoriales.  Estas divisiones evitaron en el pasado frentes comunes o coaliciones que proyectaran sistemas democráticos. La democracia,  en verdad, era un ideal occidental lejano e inasible. Pero han sido las comunicaciones -Internet y telefonía celular- las que han convencido a segmentos multitudinarios que la democracia no es una forma adaptable a algunos países, excluyente por naturaleza, con tiznes religiosos o ideológicos, sino un medio neutro que facilita y potencia positivamente la vida en sociedad.

Dice en su última columna Thomas L. Friedman (The New York Times, moviembre 26) que en los países árabes se enfrenta el pasado con el futuro y esta confrontación no tendrá éxito final hasta que en cada país aparezca un Nelson Mandela. Es decir, el líder, en cada país, que pueda interpretar el anhelo de democracia, pero ante todo de libertad e igualdad, que transpira por cada uno de sus poros esta mayoría demográfica que conmueve el universo árabe.

Esto implica romper con el patrón omnímodo, paternalista y dictatorial que ha campeado en el Levante por los siglos de los siglos. Y para esto no basta cumplir con las citas transmitidas electrónicamente para concurrir a manifestaciones colosales. No es fácil. Se requiere orientar la conciencia de grupo a estadios subsiguientes, erigiendo liderazgos y encontrando los Havel y Walesas de esta nueva revolución de primavera.

juan.jaramillo-ortiz@tufts.edu