JUAN DANIEL JARAMILLO ORTIZ | El Nuevo Siglo
Lunes, 5 de Mayo de 2014

No a la neoinquisición conservadora

 

El 1º de mayo último el expresidente Andrés Pastrana dijo al programa de Caracol que dirige Darío Arizmendi que el expresidente Mariano Ospina Pérez había hecho campaña en respaldo de la candidatura que lo llevó a la alcaldía de Bogota en 1988. Con asombrada incredulidad leí semejante aseveracion y dos o tres fuentes que pude consultar desde Madrid, donde escribo esta columna el fin de semana, me confirmaron lo dicho por Pastrana.

A no ser que hubiera sido el ánima buena del doctor Ospina Pérez -que aún nos ilumina a quienes lo quisimos y tanto aprendimos de él- el ser inmaterial que percibió Pastrana apoyándolo, la memoria le ha jugado a Pastrana pésima pasada. El héroe del 9 de abril falleció en 1976, 12 años antes de la eleccion de Andrés Pastrana como alcalde.

Y es muy propicia la oportunidad para recordar que no fue la campaña andresista la última de Mariano Ospina Pérez sino la de 1976, mitaca como entonces se llamaban los comicios que marcaban la mitad de los gobiernos de la época, cuando el líder anciano pero memorioso -él sí- recorrio el país palmo a palmo despidiéndose de casi 60 años de vida pública.

Dejó entonces claro Ospina el mensaje de que el conservatismo no es una falange donde se imparte disciplina férrea para perros so pena de excomunión y látigo subsiguiente. Exactamente de los cuales se prevale hoy la candidata Marta Lucía Ramírez, cual temible dominator femenina, y la dirigencia formal del Partido Conservador, para exigirnos aceptar y respaldar una fórmula de candidatura condenada al colapso electoral vergonzoso.

Muchos conservadores dimos bienvenida a la candidatura de una mujer brillante y capaz como pocas dentro del abanico presidencial. Marta Lucía es ejemplo de profesionalismo y sabiduría. Su conocimiento de temas complejos de innovación empresarial y capital humano son los de un investigador de primer rango académico. Le cabe el Estado en la cabeza.

Escogió, sin embargo, como candidato vicepresidencial, al personaje que gerenció la entrega de soberanía más irracional que registre nuestra historia independiente cuya reivindicación victoriosa lideraron Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, unidos para siempre en ello. Este señor, cuya insignia es la deprimente medianía intelectual, se llevó calle de por medio teorías que hemos estudiado y enseñado muchos compatriotas en la academia sobre estrategia de negociación. Y dio una patada vulgar al derecho internacional, en particular al Artículo 3 Común de las Convenciones de Ginebra de 1949 y Protocolos Adicionales de 1977, cuya lectura ojalá haya hecho por fin a estas alturas de la vida.

Lo que nos enseñó Ospina antes de irse es que los conservadores debemos oír primero nuestra obligación de crítica constructiva antes que formulismos de adhesión politiquera como los que hoy invoca el oficialismo conservador. Hay más, mucho más conservatismo que Partido exclamó antes de su sacrificio el doctor Álvaro Gómez Hurtado.

El Partido Conservador lerdamente cojea por el 5 por ciento de favoritismo. Los conservadores de verdad constuituimos por lo menos el 45 por ciento de la opinión y estamos con Peñalosa, con Santos o con Zuluaga (escribo en estricto orden alfabético). La minoría inquisidora, la de los entreguistas de soberanía y propagadores de chantajes y calumnias, va a confirmar sus porcentajes irrisorios este 25 de mayo.

Pasada esta fecha ninguno en el conservatismo de partido formal podrá reclamar vocerías de nadie porque en la segunda vuelta seremos los conservadores rasos y mayoritarios quienes libremente elijamos al nuevo Presidente de los colombianos. Para que podamos proclamar con altivez el principio angular de independencia crítica que nos exigió Ospina en su campaña postrera.