Rousseau, el gran subversivo
El tricentenario del nacimiento de Jean Jacques Rousseau en Ginebra, celebrado el pasado 28 de Junio, ha pasado un tanto inadvertido en Colombia. Quizás porque no sea el mejor momento para conmemorar, entre nosotros, la venida al mundo de quien transfirió por los siglos de los siglos el concepto de soberanía del pueblo. Y postuló el principio de que nadie puede situarse por encima de la ley.
Pero Rousseau es además padre del igualitarismo. Dentro de la filosofía política se opone a uno de los padres del conservatismo, Edmund Burke, para quien la esencia característica de la propiedad es que su titularidad sea desigual. A los conservadores se nos acostumbró, cuando optamos por esta orientación, a aceptar este hecho sin beneficio de inventario. Pero un juicio más crítico y comprensivo conduce necesariamente a aceptar la trascendental importancia de la igualdad.
Rousseau se hace profundamente moderno de cara a un mundo que pone al descubierto una literal explosión de oportunidades. El conformismo era servido bien, antes de la democratización de las fuentes informativas, por la ignorancia. Hoy, el adolescente que aprende a apretar el click tiene al cabo de pocos días en su mano el universo infinito de posibilidades profesionales y materiales que pueden cambiar en forma positiva su vida. El derecho a competir y afincar su futuro en ellas reivindica un derecho a la igualdad que fue menospreciado por visiones clásicas de conservatismo. Y ha desplazado a muchos conservadores hacia posturas de centro que no tienen temor de adoptar talantes más compasivos.
Rousseau es ejemplo maravilloso de coherencia intelectual y vital. Sus compañeros del Iluminismo terminaron de tutores de la nobleza rusa en San Petersburgo, como Diderot, o Voltaire de Federico El Grande en Potsdam. Rousseau fue hombre del pueblo en el sentido hondo de la palabra. Recorrió Europa en sus laberintos más desprovistos y fue en la pobreza del barrio Saint Martin donde se estableció en el Paris pre-revolucionario pues ello refinaba su percepción del mundo según su propia confesión.
La casa editora de Le Monde acaba de publicar una colección de estudios bajo el título Jean-Jacques Rousseau, le subversif (Hors-Série, Monde, 2012) que combina trabajos de Jean Starobinski, Claude Lévi-Strauss y Edgar Morin, entre otros. Y surge de su lectura el Rousseau aristócrata, revolucionario, contra-revolucionario, burgués, jacobino y girondino, que ha venido siendo descubierto a lo largo de los siglos. El autodidacta que inspiró las revoluciones americana y rusa y el tutor intelectual de Simón Bolívar. También, el inspirador de la independencia de la Nueva Granada.
Pero conclusión de todos los estudios es que Rousseau fue subversivo, en el sentido latino del término subversum, que significa trastornar o destruir el orden público, sin que el lector deba llamarse a engaños pues la subversión no entraña necesariamente violencia. Y Rousseau no fue jamás apologista de los medios violentos sino de la compasión. Robespierre y los montañeses jacobinos abreviaron la sucesión de hechos políticos e impulsaron el ideal de soberanía popular de Rousseau, sin duda alguna.
Rousseau fue subversivo porque su discurso de ruptura fue denso y dijo verdades salidas del corazón social. Jamás empuñó un arma ni reclutó un infante para avanzar. Adaptada, recuperada, desviada, traicionada y disfrutada su fuerza persiste hoy. Maurice Barrés rehusó votar en París honores a su bicentenario hace 100 años. El dictador Salazar en Portugal lo prohibió. Sex Pistols, la banda punk prefirió en una canción la bomba nuclear a su nombre. Y las Farc le arrebataron su condición excelsa de gran subversivo.