Juan Gabriel Uribe V. | El Nuevo Siglo
Domingo, 2 de Noviembre de 2014

“Tal vez la palabra que más le marca es la de talante”

ÁLVARO GÓMEZ

Su vida, su victoria

Álvaro Gómez tenía la tesis de que si las ideas no se podían condensar en un solo párrafo o frase, y tenían que escribirse en muchas páginas, podían evaporarse. Era esa, justamente, la principal estética de sus formulaciones ideológicas, políticas, literarias o culturales. No, claro está, en el sentido modernista de elaborar consignas publicitarias, ni mucho menos, sino de lograr la expresión más precisa de su pensamiento.

Tal vez la palabra que más le marca es la de talante, cuya expresividad se hizo famosa en su modo de explicar al conservatismo cómo una manera de ser, en el sentido de situarse ante las cosas de forma pre-racional. Es decir, que el bagaje intelectual determinaba, de antemano, lo que se pensaba después. Y por ello defendía la cultura, como el elemento sustancial del espíritu. Eso era el talante.  Y ese era Álvaro Gómez.

Fue por ello, como se dijo,  que vivió la vida como una estética. Está dicho por muchos, y no sobra recordarlo, que tenía de norte el concepto renacentista de que “nada nos debe ser indiferente”. Y trató de lograrlo con base en sus tendencias más definitivas, aparte de la política, que eran la historia, el arte y la literatura. Alguna vez, incluso, confesó que ha debido ser historiador y guardaba la esperanza de escribir un paralelo entre las vidas estrepitosas de Tomás Cipriano de Mosquera y José María Obando.

En el fondo, Álvaro Gómez fue un romántico, en cuanto siempre quiso llevar la vida hasta las últimas consecuencias. Pero también fue un clásico ya que solía decir que la perfectibilidad del ser humano debía ser el propósito cotidiano. Tal vez por eso quienes lo conocieron quedaban sorprendidos con su instinto pedagógico. De hecho, había muy poco de lo que Álvaro Gómez no derivara algún saldo de pedagogía.

Al principio, cuando emitía sus conceptos, el país no solía entenderlo de inmediato. Pero una vez los apuntalaba se demostraba que ellos no eran improvisados y que tenían una carga previa de gran pensamiento. Álvaro Gómez no tenía celo alguno, salvo por sus ideas. Fue además un periodista en toda la línea, cuyo compañero permanente era el diccionario. Podía pasar buen tiempo buscando la palabra precisa, desde luego en épocas en donde estaba lejos de aparecer la Wikipedia, desconfiando siempre, por lo demás, de los sinónimos. Según decía era muy difícil, en castellano, que las palabras pudieran equipararse exactamente en el mismo sentido.

Otra de los conceptos de Álvaro Gómez consistía en decir que había que tener peso específico, como el mercurio.  Pocos como él tenían ese peso específico, fruto de largas horas de lectura, sumergido en su biblioteca, siempre con música de fondo. De suyo, autofabricó una cultura que le permitió tener lo que denominaba una cosmovisión. Álvaro Gómez siempre será importante, no por su asesinato, que en su caso no lo define en absoluto, sino por el personaje irrepetible que fue. Su vida fue su victoria.