Juan Gabriel Uribe Vegalara | El Nuevo Siglo
Domingo, 9 de Noviembre de 2014

“El sin sentido histórico se da con toda naturalidad”

La neo-historia

Las sociedades como los humanos tienen sentidos, que no serán el oído, el olfato o la vista, pero que igualmente es lo que les permite expresar y comprender su propia naturaleza. Uno de aquellos sentidos sociales, por decirlo así, es precisamente el sentido de la historia, que faculta el discernimiento de los fenómenos que han anticipado el presente. De tal modo, si una sociedad no tiene sentido histórico, tampoco se encuentra habilitada para entender la actualidad. Y mucho de eso, es lo que naturalmente suele ocurrir en Colombia. Digo, naturalmente, porque el sin sentido histórico se da con toda naturalidad.

Muestra de ello, claro está, quedó patentado, en estos días, con la placa de Cartagena, en que se celebró, frente a la estatua del zaherido Blas de Leso y en presencia del heredero de la corona británica, la frustrada invasión inglesa al puerto, en 1741, con que se pretendía el dominio del Caribe y la preponderancia en América del Sur. Así quedaba, intempestivamente y a su vez, rehabilitada la memoria del almirante Edward Vernon, proscrito de los anales a causa de esa, la peor derrota inglesa de todos los tiempos. Pudo, por tanto, hacerse un mármol adicional a Francis Drake quien, poco más de un siglo y medio antes, también había irrumpido, esa vez con éxito, sobre Cartagena, volando las torres de la iglesia de Santodomingo sin reconstruirse hasta hoy ¿Por qué no hacerle también su debida conmemoración?  Muy bonito sería, Drake y Vernon, al lado de Blas de Leso y todos tan felices con la neo-historia. Esa en que no importan los sucesos, sino las placas y las fotos.

Nada tenía que ver, al parecer, que el castillo de San Felipe y sus baterías adjuntas, como las murallas cartageneras y los bastiones de San José y San Fernando, en Bocachica, se hubiesen edificado para contener la embestida inglesa sobre el Caribe y que a ello se hubieran unido edificaciones en La Habana, Puerto Rico, Veracruz, Portobelo y La Guaira. Mucho menos que al conocer el costo de la construcción del castillo cartagenero el rey Felipe II hubiera, a modo de metáfora, pedido verlo desde un balcón en su palacio peninsular.

Dejemos el caso ahí, como un divertimento en toda la línea, ni siquiera imaginado por los tan buenos y creativos humoristas colombianos. A nadie, desde luego, ni al mismísimo Jaime Garzón, se le habría ocurrido semejante vodevil. Pero, como suele decirse, los hechos son más tercos que los hombres y se logró la mayor cantidad de humor cuando lo que se buscaba era la máxima cantidad de seriedad y compostura. Claro, no era el propósito, terminar celebrando el despropósito. En todo caso, si bien vale reír, también podrían derivarse algunas lecciones… si se quisiera.

Como esa, justamente, de que el sentido de la historia, no del chisme ni la precipitud libresca, es cosa de valía, siendo la expresión más nítida de una sociedad en curso. La historia, como principio y fin, no es el elemento secundario, innecesario y abstruso, que suele reputarse entre los burgueses cuyo fin primordial es el inmediatismo y la comodidad, desprovistos de toda lumbre estética. No la historia, ciertamente, como un caudal memorioso según ahora se trata de inducir en las comisiones de violentólogos. Tampoco la historia de las placas, los monumentos y las conmemoraciones, cuyo testimonio yerto impide ver el acumulado dinámico. Se trata, sencillamente, de que la historia, aún más con la riqueza de la colombiana, sea lo que es: elemento esencial de su devenir. Naturalmente.