Juan Gabriel Uribe Vegalara | El Nuevo Siglo
Domingo, 16 de Noviembre de 2014

DESESCALAMIENTO NECESARIO

La Paz y la no Guerra

Una   de las dificultades del proceso de paz está, ciertamente, en la terminología. Es tal la  cantidad  de veces que, precisamente, se viene invocando la palabra paz que amenaza por  desdibujarse completamente.

En general, la paz se entiende, más que por un estado de tranquilidad, por la ausencia de su antónimo: la guerra. De hecho, las definiciones se van desgranando por  esa vía.

La primera acepción, que es la más importante en orden de los significados, dice que la paz es una “situación y relación mutua de quienes no están en guerra. De ahí se pasa a la  “pública tranquilidad y quietud de los estados, en contraposición a la guerra o la turbulencia”. Más adelante, en la tercera acepción, se sostiene que la paz es el “Tratado o convenio que se concuerda entre los gobernantes para poner fin a una guerra. Y solamente después de ello, en la cuarta definición, se llega al significado como“sosiego y buena correspondencia de unas personas con otras, especialmente en las familias, en contraposición a las disensiones, riñas y pleitos”.

De manera que Colombia está, en su gran mayoría, acoplada a la definición de la paz como el estado de no guerra. Y eso hace que cualquier perturbación del orden conlleve, de inmediato, la notificación de que  se sigue en guerra, es decir, de que la paz está muy lejos. Así, lo que siempre ha preponderado es la sensación bélica por encima del estado de paz. Es lo que los expertos llaman la percepción de inseguridad.

Bajo ese concepto, no habrá paz en Colombia hasta que se silencie el último de los  fusiles, las amenazas y los ataques. Frente a ello, sin que se hayan dejado o entregado las  armas, Colombia y el proceso requieren, con urgencia, la sensación de paz. Un elemento desacostumbrado desde la vida cotidiana en tantas décadas de depredación y barbarie.

Por eso el paulatino desescalamiento de la guerra se hace cada vez más necesario, sin necesidad de lo que signifiquen pactos o convenios. Si en verdad se pretende la paz debe iniciarse una cultura en tal sentido y no es a partir de la negociación que ello se va a lograr. Por el contrario, es asumiendo una conducta en procura de la reconciliación que el proceso de paz puede tener una plataforma sólida y permanente hacia el resultado que se busca.

El pensamiento contrario, es decir, la idea de que hay que situarse militarmente mejor para producir una negociación favorable, ha sido tendencia reiterativa de las guerrillas. Pareciera creerse que entre más se presione, más serán los resultados a obtener en la mesa de diálogos. Se ha mantenido esa ruta estratégica porque el centro de todo es el fin del conflicto armado.

El país ya lleva negociando dos años con las Farc sin cese de fuegos. Sobre esa base el Estado ha continuado su ofensiva, desarticulando una proporción importante del grupo irregular. 

Un paso correcto en dirección a desbrozar la paz es la suspensión de las acciones ofensivas por parte de las Farc, mientras se sigue negociando. No es posible que ahora se comience a hablar de tregua navideña, pues  ello se entendería como un argumento a favor de la guerra, si es que después de determinado tiempo se va a reiniciar la contienda.

Está claro que buena parte del país y la comunidad internacional le apuestan a la solución política del conflicto. Después del viaje del presidente Juan Manuel Santos por varios países de Europa es un hecho  que están dispuestos a ayudar política y económicamente. Las guerrillas deberían escuchar bien y responder favorablemente al llamado. Y no es incrementando la acciones ofensivas como ello puede concretarse.