Es más que evidente el inmenso clamor nacional para que el proceso de paz termine felizmente con la firma de los acuerdos de La Habana y con el apoyo de una auténtica unidad nacional en torno a los compromisos.
Por ello cada día está más claro que si bien el ex presidente Álvaro Uribe Vélez logró un significativo triunfo electoral al lograr con su prestigio derrotar al Sí plebiscitario, su responsabilidad histórica con la consolidación definitiva de la paz ha crecido exponencialmente, en la medida que el buen suceso final del acuerdo depende, en grado superlativo, de su muñeca política.
A estas alturas del paseo si bien son muy razonables algunas de sus objeciones, y la opinión pública está de acuerdo en mejorar los textos iniciales, ha crecido la urgencia de que dichos acuerdos deben ser blindados a la mayor brevedad posible, porque su suspensión temporal puede ser en extremo riesgosa.
Las críticas más serias están dirigidas al propio mecanismo refrendatorio y si los amigos del No, como el ex procurador Ordoñez, no se empecinan en “borrón y cuenta nueva”, unos ajustes podrían mejorar ostensiblemente los textos originales. Por lo demás, ir de nuevo a una consulta plebiscitaria se correría igualmente un gran riesgo y, por aquello de que al “perro no lo castran dos veces” lo aconsejable sería tramitar esa refrendación vía Congreso de la República, en donde el Gobierno tiene holgadas mayorías, dado que las diferentes bancadas -a excepción de la del Centro Democrático- son decididas partidarias del Sí.
Lo que puede pasar es que el Uribismo, consciente de su compromiso histórico, ayude a destrabar el nudo gordiano en que nos encontramos, dejando aprobar los textos definitivos sin confrontarnos a fondo. Sería una manera inteligente de pasar a la historia como los facilitadores de la paz. Reservándose para poder volverse el gran fiscal de la implementación de los acuerdos.
Lo que no puede pasar de ninguna manera es que torpemente se atraviesen como una mula muerta en la mitad del proceso y este no llegue a ninguna parte. De todas maneras, Uribe no puede representar el triste papel del “malo de la película” y su inteligencia debe estar destinada a enriquecer y engrandecer los acuerdos definitivos.
Uribe ha demostrado ser un verdadero “animal político”, en el mejor de los sentidos y desde que ingresó a la vida pública, primero en su tierra antioqueña y luego en Bogotá, ha demostrado tener un gran olfato para aprovechar las oportunidades y las circunstancias en favor de sus propósitos. Santos, por su parte, debe darse cuenta que es el momento de la humildad y que no hay espacios para la soberbia o la retaliación. Tiene que reconocer que se equivocó en no dimensionar realmente el peligro uribista y ahora tiene que convencerlos que sus intenciones son claras, honestas y sin lecturas secretas. “El palo no está para cucharas”, suele decir el vulgo.
Sin embargo, el Presidente se encuentra en una privilegiada situación. Porque todo el mundo quiere la paz y la necesita, y él es el único que puede garantizarla. Parodiando a Álvaro Gómez Hurtado “son tiempos de grandeza y no hay lugar a las mezquindades”.