La pandemia obligó al mundo a encerrarse en sus casas para evitar el contagio. Adiós a los viajes en avión, bus o tren, a salir de la casa a hacer compras, vueltas, o simplemente a darse un paseíto en carro o moto. Adiós a tomar los servicios de transporte públicos, si no es completamente necesario, a usar cualquiera de los medios de transportes acostumbrados e indispensables, los cuales en su gran mayoría funcionan con combustibles derivados del petróleo.
Hoy, la mayoría de los aviones están paralizados en los hangares de los aeropuertos mundiales y los automotores y motocicletas se encuentran en los garajes de sus propietarios. A esta inmovilización general, naturalmente, se han sumado gran parte del servicio del transporte público y del transporte de carga que, al estar las fábricas cerradas, está rodando a menos de la mitad de su capacidad.
Es así como la demanda mundial por combustible ha caído al punto más bajo de este siglo y uno de los más bajos de la historia moderna. Saad Rahim, economista experto en el tema, asegura, que desde que los hombres comenzaron a usar el petróleo jamás se había visto algo igual. Esta parálisis mundial, congeló “la adicción” petrolera que sufre la humanidad y secó la demanda del combustible.
Diariamente se vendían, aproximadamente, 100 millones de barriles de petróleo; por estos días es difícil superar los 80 millones. Esto es “¡Horrible!”, ha declarado Mohammed Barquino, Secretario General de la Organización de Países Exportadores de Petróleo. (Wall Street Jornal, 04/16/22).
Hace unas semanas los países productores fueron incapaces de llegar a un acuerdo para detener la crisis petrolera. Los precios del crudo se desplomaron y vimos desconcertados como en pocas horas caían, estrepitosamente, las bolsas mundiales. El mundo, tan dependiente de la producción de petróleo y de su consumo, ¡tembló! Y hoy, la economía global, profundamente afectada por las consecuencias de la pandemia, entre ellas la caída del petróleo, enfrenta una recesión.
Finalmente, la semana pasada los países productores de petróleo, encabezados por Estados Unidos, Arabia Saudita y Rusia, llegaron a un acuerdo para reducir el volumen de producción y distribución de crudo, algo impensable hace pocas semanas. Sin embargo, hasta el momento, dicho acuerdo no ha logrado parar la crisis petrolera.
Para Colombia, cuyo mayor renglón de exportación es el petróleo, la disminución de su demanda y, por consiguiente, de su precio, abre un boquete enorme en su economía.
Para terminar, deseo mencionar algo positivo de esta crisis. La casi paralización del transporte ha traído algunas cosas maravillosas, la increíble reducción de la polución ambiental. Los cielos están más azules y nítidos, el aire se percibe limpio, han regresado las bandadas de pájaros y reaparecidos animales casi olvidados.
Maravillados hemos visto desde Bogotá los nevados del Tolima, Santa Isabel y Ruiz, los cuales por generaciones no se veían. Hasta las noches parecen tener más estrellas. Es maravilloso el silencio de una ciudad sin transporte.
Además, parece haber aminorado el calentamiento global. Es muy temprano para cantar victoria, dicen los expertos, pero, quizá sea un comienzo. Suena ridículo pensar que estos beneficios continuarán cuando termine la cuarentena y el mundo retorne su consumo “enfermizo” de petróleo. ¡Pero soñar no cuesta nada! A ver si la humanidad entiende que debe zafarse ya de “la adicción” petrolera.