Una de las consecuencias de toda manifestación callejera, como las del jueves en Barcelona y la del sábado en Madrid, es que los rivales de quienes alientan esa manifestación pueden comprobar la fuerza real de los que convocan a la gente a protestar en las calles. Creo que Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, ajenos ambos a las convocatorias que cito, han de sacar las consecuencias oportunas y ajustar sus tácticas y sus estrategias a lo que hemos visto y escuchado en esas concentraciones. Y una de las acciones a adoptar por ambos habría de ser una reestructuración de sus equipos. Una crisis de Gobierno, que se avecina, por el lado de Sánchez, y una toma de posición definitiva del PP respecto de Vox, por el lado de Feijoo.
Por supuesto que para nada hago, como sí hizo Sánchez en un claro exceso, una comparación entre lo ocurrido en las calles de Barcelona el jueves y lo que sucedió en Madrid este sábado. Son dos proyectos políticos sideralmente separados, como es obvio. Lo que ocurre es que en ambos casos se trataba de una protesta globalizada, una sanción general contra un Gobierno que trata de ejercer una acción balsámica en Cataluña -ya se ve que el bálsamo es insuficiente, a juicio del independentismo radical, que por cierto no congregó precisamente a grandes multitudes-. Y un clamor extremado contra un Ejecutivo que conduce por la izquierda y desde la falta de transparencia, que era la denuncia, ideologizada, de los congregados en Cibeles a la sombra de Vox.
El destinatario de las protestas era, en ambos casos, un Pedro Sánchez incapaz de autocrítica y que sigue esperando grandes réditos de su política 'apaciguadora' en Cataluña, a base de volantazos que, como en el caso de la reforma de la malversación, le costarán caros en el resto de España. Pero yo también diría que el otro gran actor de la política española, Feijóo, situado en el balcón del espectador mientras la derecha-derecha, esa que le acusa de 'blando', se congregaba en La Cibeles, debería anotar ambas congregaciones en su cuaderno de propósitos para el año nuevo, que es electoral: si Sánchez tiene que ordenar su Ejecutivo para ganar coherentemente esas elecciones, sin ministras que llamen "capitalistas despiadados" a empresarios destacados, Feijóo tiene que arreglar cuentas con ese Vox que saca a miles de personas a las calles armadas de indignación y de banderas españolas.
Creo que se juegan, nos jugamos, mucho más que la victoria de unos u otros en las urnas. Es la construcción de un Estado lo que está en juego. Las relaciones de Cataluña con el resto de España siguen siendo una pieza difícil de encajar -ministro hay también que aboga con claridad por un referéndum de autodeterminación- y la configuración partidaria de un país que hasta hace poco era bipartidista sigue siendo, se mire como se mire, una asignatura pendiente. Sánchez ha abierto demasiados cajones a la vez y no sabe cómo cerrar muchos de ellos: ahora le toca, aprovechando que dos ministras son candidatas, terminar la obra de un Gobierno coherente.
Y Feijóo tiene pendientes de abrir otros varios cajones: encontrar gente de relieve para sus listas electorales -ya está contactando con personas relevantes- y clarificar de una vez hasta dónde está dispuesto a llegar con o sin Vox. Y que ninguno de los dos confíe demasiado en las encuestas que corren como liebres: todo está demasiado abierto como para que sean suficientemente fiables. Todo es reversible, todo puede encauzarse. Y también desmadrarse. Ellos tienen que elegir.