En Colombia muchos se enorgullecen porque no hemos caído bajo las garras del socialismo chavista que destruyó al país vecino. A raíz del coronavirus, sin embargo, los colombianos han bienvenido, exigido y hasta celebrado la pérdida de sus libertades más básicas. Estas han desaparecido en medio del encierre obligatorio, las draconianas restricciones a la movilidad, la expropiación de facto de toda empresa “no esencial” según ciertos burócratas, y hasta el control estatal de los precios.
Esta última medida, siempre devastadora, causó la escasez masiva de productos básicos en Venezuela. Resulta asombroso que el actual partido de gobierno -el supuesto “muro de contención” contra el chavismo- se haya precipitado para “regular” los precios de primera necesidad para “frenar la especulación”.
Como escribió un tuitero perspicaz: el muro de contención contra el chavismo resultó ser una alfombra roja para su llegada.
¿Ha servido destruir la economía, interrumpir torpemente la educación de los niños, darle a la Policía Nacional poderes arbitrarios que hubiera envidiado la Stasi en Alemania Oriental, y permitir dócilmente la violación más prolongada de la libertad ciudadana en la historia moderna? No mucho, sugiere la evidencia.
Varios de los países mejor librados de los efectos del Covid-19 nunca implementaron cuarentenas totales, entre ellos Singapur, Taiwán y Japón. Suecia ha tomado medidas preventivas y su número de muertes por millón de habitantes es menor que el de varias naciones europeas bajo el forzado encierre domiciliario.
Según el epidemiólogo sueco Johan Giesecke, el coronavirus es un tsunami en cuanto a su transmisibilidad, pero es una enfermedad “bastante leve” en términos de mortalidad. Su esparcimiento a gran escala es inevitable; según estudios, hasta el 25% de los habitantes de Estocolmo (500.000 personas) había sido contagiado antes del 29 de abril, y más del 25 % de los británicos (16.5 millones de personas) ya había tenido Covid-19 antes de la segunda semana de mayo.
Por otro lado, la parálisis forzada de casi todo el aparato productivo es ruinosa. Ya hay más empresas quebradas, más desempleo y más pobreza que hace unas semanas, problema infinitamente más fácil de desatar que de corregir. Tampoco hay señal de las medidas necesarias para que el sector privado supere rápidamente la crisis: una tajante reducción de impuestos, burocracia y regulaciones laborales.
Cundinamarca no es Dinamarca, dicen algunos epidemiólogos, justificando el autoritarismo del Gobierno que, teóricamente, protege de sí misma a una población indisciplinada. Dicho argumento pasa por alto no solo el quebrantamiento de la libertad, sino también los terribles efectos secundarios de las medidas liberticidas.
Según Stefan Peterson, jefe de salud en Unicef, las ineficaces cuarentenas causarán mucho más daño que el Covid-19 en términos de muerte infantil en los países de ingresos bajos o medios (como lo es Colombia). Un estudio de la Universidad Johns Hopkins concluye que, en seis meses, la interrupción de los servicios de salud matará a 60 mil madres y un millón de niños menores de cinco años en estos países.
Encerrar a toda una población no es tan salubre como muchos aseguraron.
*Director de la Sociedad Bastiat de Bogotá.