Por experiencia personal lo digo, que la palanca de primer grado para escapar de la pobreza es la educación, que pese a ser un derecho fundamental en Colombia sigue siendo un privilegio. La educación es la clave. De allí la importancia de ampliar la cobertura y, lo que es más importante, la calidad de la misma. Como lo dijo Nelson Mandela, el Gandhi del siglo XXI, “la educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo.
La educación es el gran motor de desarrollo personal. Es a través de la educación como la hija de un campesino puede llegar a ser médica, como el hijo de un minero puede llegar a ser cabeza de la mina, como el descendiente de unos labriegos puede llegar a ser Presidente de una gran Nación”.
Ahora bien, como lo afirmó William Butler Yeats, “la educación no es un cántaro que se llena sino un fuego que se enciende”. Y más en nuestros tiempos, los de la cuarta revolución industrial, que nos ha compelido a pasar sin hacer escala de la era analógica a la era digital. La Big data, la internet de las cosas (IoT) y sobre todo la inteligencia artificial (IA) y los algoritmos cambiaron para siempre nuestras vidas. Antiguamente se decía que la humanidad se dividía entre los que tenían y los que no tenían, posteriormente entre los que sabían y los que no sabían, el conocimiento era el bien supremo. Hoy en día la humanidad se divide entre quienes están conectados a la red de internet y quienes no lo están, el conocimiento está disponible en la red.
Warren Buffet, uno de los hombres más ricos y prósperos del mundo acuñó esta frase: “cuando la marea baja es cuando se sabe quiénes estaban nadando desnudos. Pues la pandemia del covid-19, con su pesadilla, se encargó de desnudar y visibilizar muchas de nuestras dolamas, de nuestras falencias, entre ellas la escasa conectividad en Colombia. Según el Dane la pandemia nos sorprendió con sólo el 51.9% de hogares en Colombia con conexión a internet, ocupando el último lugar entre los países que integran la Organización para la cooperación y el desarrollo (Ocde).
Como decían nuestros mayores, no hay mal que por bien no venga. La crisis pandémica forzó la necesidad de ampliar la conectividad e impuso la virtualidad en muchas de nuestras actividades cotidianas entre ellas la educación. En regiones como La guajira y Chocó, los estudiantes perdieron prácticamente dos años lectivos por falta de conectividad. Por ello, venimos planteando que a los 17 Objetivos del desarrollo sostenible (ODS) se sume el 18º, el del cierre de la brecha digital.
Pero el impacto de la 4ª revolución, que es digital, va mucho más allá, está propiciando cambios hace poco impensables e inimaginables en la educación y en el ejercicio de las profesiones. Como lo afirma el gran pensador israelí Yuval Noah Harari, “si en el pasado la educación se parecía a construir una casa de materiales sólidos, como la piedra y con cimientos profundos, ahora se parece más a construir una carpa que se pueda doblar y llevar a otro lugar con rapidez y sencillez”. Este es el gran reto, contar con la flexibilidad y la adaptabilidad para poder sobrevivir a este tsunami tecnológico.
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