¿A quién le debe Antígona su lealtad? Por un lado, está obligada a cumplir la ley de Tebas cuando el rey Creonte, su tío, decreta que el cadáver del rebelde Polinices se pudrirá bajo la intemperie, como le corresponde a un traidor insurrecto. Por otro, la ley divina mantiene que todo muerto debe ser sepultado apropiadamente; por ende, Antígona debe rendirle los honores debidos a su hermano fallecido.
Sófocles no sólo demuestra la tensión entre lo que podría llamarse la ley positiva y la ley natural; también detecta la tensión innata entre el Estado y la familia. Dicha oposición es recurrente en la historia griega. La constitución espartana estaba diseñada para socavar el núcleo familiar; a los siete años de edad, un niño pasaba a la tutela del ejército y permanecía acuartelado hasta los 30. El colectivo primaba sobre el individuo mucho más allá de la norma entre las poleis.
También en la modernidad, entre más colectivista sea una ideología, mayor su necesidad de reprimir a la familia. Carlos Marx consideró que “la familia burguesa” era un producto del capitalismo, y que desaparecería cuando los comunistas eliminaran la propiedad privada. En Rusia, Vladimir Lenin y los bolcheviques intentaron deshacerse de la familia tradicional y reemplazarla con un esquema comunitario.
“En teoría, liquidar a la familia facilitaría la socialización de las mujeres sin marido”, escribe la autora Monica Showalter. “En la práctica, los hombres pudieron abandonar a sus esposas y renunciar a sus responsabilidades, dejando a las mujeres bajo la tutela del Estado”. Entre otras consecuencias, esto trajo el abandono masivo de niños, hasta el punto que Josef Stalin se vio obligado a tomar medidas conservadoras de fortalecimiento familiar para contrarrestar el problema. Sus medidas, sin embargo, sometieron a la “familia socialista” por completo al Estado soviético, empezando por la forzada educación oficial.
Ejemplos extremos como el espartano o el soviético apuntan a que, como institución, la familia es por naturaleza un contrapeso al poder estatal. Por ello se equivocan los conservadores que pretenden preservar o fortalecer la familia desde el Estado. Los ministerios y los programas asistencialistas fortalecen sobre todo a los funcionarios que los administran. De hecho, entre más recursos pueda extraer el fisco para sostener la burocracia estatal, menor es la capacidad ahorrativa de las familias. En una sociedad libre, sin embargo, el ahorro privado y familiar debe primar sobre el crecimiento del Estado.
Según un argumento legalista, la facilidad de obtener divorcios es una de las principales herramientas para debilitar a la familia. Aunque esto no se puede descartar, un matrimonio fuerte no se disuelve porque sea fácil o no disolverlo legalmente. El quid del asunto puede ser la cultura.
Por igual, la prevención del consumo del alcohol o de las drogas depende en últimas no de la legalidad o la prohibición de dichas sustancias, sino de las familias y otras instituciones de la sociedad civil, en especial los colegios. Por sí sola, la ley no garantiza familias sanas ni fuertes.