Recuerdo de niño un acontecimiento luminoso al despuntar los 60’s: la llegada del primer TV a mi casa en Pereira y con al menos 10 de mis 13 hermanos (los mayores se emanciparon muy jóvenes) copábamos una enorme sala en taburetes, cojines y colchones para no perdernos la serie de moda, que alternaba con Bat Masterson: “La Ley del Revólver” -en el profundo Far West- en la que los actores aparecían “por orden de desaparición”, porque la media hora era de plomo venteado, que sólo paraba cuando llegaba don Carlos Pinzón a transportarnos nochemente a un “Mundo al Vuelo”. Tiempos aquellos, de casas tan grandes que después fueron, como la nuestra, arrendadas por el PC y el CD para sedes políticas y fácilmente se reunían en la sala alterna (antes utilizada para rezar el Santo Rosario) 300 parroquianos para escuchar los discursos de los candidatos de turno.
Tiempos aquellos, antes de la internet y de la pandemia, cuando se podía vivir en comunidad de manera presencial, no virtual, como hoy, cuando nos toca ponernos las gafas en audiencia para poder verle la cara la Juez y conocer la contraparte. Recuerdo que nuestra casa era tan grande que en uno de sus halls -antes de que regresara don Octavio- organizábamos partidos de fútbol entre hermanos (a veces llegamos al colmo de invitar amigos) y nunca faltaba algún florero, vajilla o vidrio de repisa que “llevara del balón”, para furia de doña Rosita y hermanas mayores que en esa época se pronunciaban por medio de un particular -y doloroso- lenguaje gestual: a punta de pellizco retorcido.
Pero ése no era el tema, sino el proyecto de ley para flexibilizar el porte de armas, que fue lo que me llevó a recordar el programa que titula esta poscolumna. Se le ha vituperado, creo, de manera injusta, pues trata de regularizar el permiso de uso de armas a personas de bien para defender su vida, honra y bienes frente al accionar de los criminales, que sin Dios ni Ley sí andan armados hasta los zamarros; para ellos no existen restricciones ni permisos y andan, como diría el padre Yepes del Salesiano de Dosquebradas, “cabalgando a la diabla”. Y entonces ¿en qué queda lo que manda el art. 223 de la Constitución Política, que prohíbe a los particulares introducir, fabricar, poseer y portar armas sin permiso de la autoridad? ¿Sólo los criminales pueden hacerlo? La Ley debe ser para todos, para los buenos y para los malos de la película, que antes montaban caballos lentos y hoy raudas motocicletas.
Ojo a las cifras alarmantes que nos facilita en este medio José Félix Lafaurie: en 2020 hubo, con armas de fuego, 9.107 homicidios, 95.636 hurtos a personas, 11.776 al comercio, 2.860 de vehículos y 8.628 de motos. Obviamente, un puñado de sheriffs jamás dará abasto.
Post-it. Conocí al Almirante Gustavo Ángel Mejía, comandante de la Armada Nacional, en una reunión el día en que el M-19 (de Gustavo Petro) y Pablo Escobar se tomaron el Palacio de Justicia. Pero las fuerzas del orden rescataron al país. Gran señor. Paz en su tumba.