No es un buen momento para los startups. Esos negocios digitales que crecían de forma acelerada gracias a inyecciones de recursos gigantes pasan por un período invernal. Los inversionistas internacionales cerraron el grifo y los emprendedores están conociendo la cara más amarga de la moneda.
¿Qué pasó? Básicamente, la forma que encontraron las potencias para pagar los costos de la pandemia fue imprimir dinero. Por ejemplo, la FED inyectó cerca de 7 billones de dólares al sistema financiero de los Estados Unidos. De esta forma, el dinero sobraba. Con un problema, que ya todos conocen: cuando el dinero sobra, los precios suben y se genera la tan maldita inflación.
La FED tuvo que dar marcha atrás. ¿Cómo? Comenzó a subir las tasas de interés para los préstamos. Por decirlo coloquialmente: encarecer el acceso al dinero. Ahora, si quiere un crédito tiene que pagar tasas que comienzan a rosar el 9% (una cosa casi que usurera, pero ese es otro tema) y, la consecuencia obvia, es que los inversionistas comenzaron a retroceder a la hora de soltar billete a los startups.
Los famosos unicornios comienzan a detener su vuelo. De acuerdo con datos que publicó el diario El País de España, en los primeros tres meses del año, el financiamiento a nuevos negocios bajó 60% de su punto más alto el año pasado, cuando alcanzó USD 7.300 millones de dólares según datos de Latinoamérica de la firma de análisis CBInsights.
El decrecimiento de las inversiones en startups tuvo una consecuencia inmediata: despidos masivos. Desde gigantes como Netflix, que a pesar de su expansión sigue siendo un unicornio, hasta microempresas digitales de Bogotá, han tenido que bajar su carga laboral para poder reorganizar sus costos. En eso coinciden las empresas grandes y los startups: los primeros damnificados siempre serán los colaboradores.
El tema de fondo es ¿y ahora qué? La visión optimista de que los negocios digitales serían la ventana de salvación para las economías emergentes comienza a resquebrajarse. Apenas cayó la primera tormenta con el aumento en las tasas de interés y todo apunta a que los castillos de naipes comenzaron a caerse. Pero todavía se puede hacer algo. Todavía quedan alternativas.
Este es el momento en el que los gerentes tienen que brillar. Ahora no se trata de tener una idea de negocio revolucionaria. Ahora se trata de tener la suficiente muñeca para que el barco no se hunda. De fondo, las ideas y modelos de negocio siguen siendo buenas o disruptivas, pero era claro que no siempre todo iba a ser color de rosa. Y sólo los verdaderos gerentes podrán afrontar este conato de crisis.
Todavía tengo fe que los negocios digitales serán la válvula de salvación para economías emergentes como Colombia. Pero necesario tener apoyos estatales más decididos, regulaciones más flexibles y sobre todo mayor austeridad en el gasto. De nada sirve tener una super oficina en Rosales si no puedes pagar la nómina con la súper idea digital. Ojalá la mala hora de los startups sea pasajera.