Se están recordando por estos días cien años de la llegada al país, bajo el gobierno del general Pedro Nel Ospina, de la primera misión Kemmerer. Hubo una segunda misión presidida por el mismo profesor que, sin embargo, no tuvo el brillo de la primera.
¿Por qué se recuerda con respeto la primera misión Kemmerer, en un país que ha sido sobre diagnosticado y objeto de tantos informes de misiones extranjeras y nacionales?
Quizás la respuesta es que ninguna otra como la primera misión Kemmerer ha dejado una huella tan profunda sobre la institucionalidad económica colombiana. El gobierno del general Ospina llama esta misión en un momento en que el mundo experimentaba transformaciones inmensas ocasionadas por la primera guerra mundial. El profesor Edwin Kemmerer de la universidad de Princeton gozaba en aquel momento de un gran prestigio, que luego se opacó como consecuencia de que sus teorías ortodoxas chocaron con las teorías Keynesianas del New Deal que se juzgaron más adecuadas para superar los tiempos de la gran depresión en los años treinta.
La misión, cuyas recomendaciones sirvieron para crear el Banco de la República en 1923, estuvo inspirada en los más férreos principios de patrón oro, que fueron la regla inflexible de conducta monetaria hasta cuando en 1931 Inglaterra abandona la convertibilidad de la libra esterlina; desencadenando el abandono generalizado del patrón oro que desde comienzos del siglo XIX había regido las relaciones económicas internacionales.
El Banco de la República creado por la misión Kemmerer hace cien años no era por supuesto el mismo que hoy tenemos. Su apego irrestricto al patrón oro le hacía lejano y casi indiferente frente a las tribulaciones de una gran recesión como la que se experimentó en los años treinta. Todavía se recuerdan las sentidas quejas del ministro de hacienda del gobierno Olaya Herrera, el doctor Esteban Jaramillo (quien había sido por lo demás secretario de la misión), ante la indiferencia del banco central para ayudar a sacar el país de la dura depresión que nuestro país como el resto del mundo vivió por aquella época.
A la misión Kemmerer debemos también- entre otros muchos aportes- la creación de la Superintendencia Bancaria (antecesora de la actual superintendencia financiera) y de la Contraloría General de la República. Como dato curioso y para apreciar cómo se ha modernizado el país desde entonces, vale la pena recordar que el profesor Kemmerer consideraba que no había en Colombia nadie capacitado para ocupar la delicada función de jefe de la supervisión bancaria, y recomendaba que la jefatura de la superintendencia de bancos la ocupara un extranjero. Recomendación que por supuesto y afortunadamente se desechó.
El profesor Kemmerer llegó a tener prestigio en América Latina, y misiones análogas a la nuestra tuvieron gran acogida en países como Ecuador y Bolivia, donde formuló recomendaciones similares para modernizar sus instituciones económicas.
En este año se cumple, pues, el centenario del Banco de la República inspirado por las recomendaciones de la misión Kemmerer. Mucha agua ha corrido desde entonces bajo los puentes de nuestro Banco Central. De un banco controlado inicialmente por la banca privada se pasó luego a uno de claros acentos oficiales con la creación de la junta monetaria durante el gobierno del presidente Valencia, y luego, con ocasión de la constitución de 1991, al banco central moderno e independiente que hoy conocemos.
Pero, aunque los tiempos han cambiado, no deja de ser pertinente recordar la misión que tanto contribuyó hace un siglo a modernizar nuestro instrumental económico.