“Todo llega, todo pasa”. Los 15 días pasados desde la primera vuelta para presidente transcurrieron de una manera tan pesada y agobiante que nos dejaron a todos exhaustos. Nunca habíamos vivido una campaña tan desagradable, cargada de odio, falta de principios y dignidad y, sobre todo, tan nefasta para la unidad de Colombia como la que acabamos de vivir. Hoy, confirmado el triunfo Gustavo Petro, su primera misión debe ser lograr la reconciliación entre los colombianos.
Ningún pueblo puede adelantar programas para combatir los urgentes y múltiples problemas que tenemos, como son el muy preocupante aumento del hambre y la pobreza entre nuestro pueblo, causado, entre otras cosas, por dos años de pandemia, en el estado de crispamiento en que se encuentra el país. El desgaste entre los partidarios, tanto de Petro como de Hernández, ha sido inmenso y esto nos puede llevar a una inercia absurda e inconveniente, o, peor aún, a una confrontación violenta.
Queda claro que la configuración del mapa político colombiano cambió totalmente. Hoy se han formado dos grandes corrientes diametralmente opuestas, dejando a un lado los partidos que han gobernado durante la mayor parte de la vida republicana de la nación.
De un lado se posesiona el centro derecha conformado por el Partido Conservador, El Centro Democrático, un sector del Partido Liberal y liberales de otras agrupaciones, los partidos cristianos, y gentes del fajardismo y el partido verde. Este centro derecha representa el antipetrismo, el anti-izquierdismo y el anticomunismo.
Del otro lado está la izquierda colombiana, conformada por el petrismo, los partidos de origen comunista, el partido De Los Comunes o exFarc, el liberalismo izquierdista y otros componentes minoritarios.
Estos dos bloques políticos, encabezados por sus líderes, deben cuanto antes encontrar un lugar de encuentro, para lograr una reconciliación y lograr que el odio que hemos vivido durante esta campaña no se vaya a convertir en violencia. Colombia tiene aún abierta la herida de la violencia política y no creo que exista un solo colombiano que quiera resucitar esa tragedia. Podemos ser antagonistas políticos, pero lo podemos hacer en paz y con decencia.
Si queremos resguardar nuestra democracia y nuestras instituciones debemos actuar como demócratas verdaderos. Todos cabemos en este país. Las democracias crecen y se fortalecen cuando los bandos opuestos logran convivir sin violencia. No hay necesidad de alimentar los odios políticos.
El nuevo presidente deberá desactivar sus “bodegas” dedicadas a la difamación, agitación y a difundir mentiras. A él, más que a ningún otro, le conviene un país en armonía, quizá así logre probar que sus años como guerrillero quedaron en el pasado, que hoy es un hombre de paz. Quizá, sí se rodea de gente sin tanto veneno como el que vimos en esta campaña, puede llegar a ser reconocido como un demócrata íntegro y un buen gobernante.
Ese será su gran reto. ¿Podrá Petro alejarse de los nefastos errores cometidos por otros izquierdistas del continente que han traído tanto hambre, descomposición y dolor a sus pueblos? Toda Colombia estará vigilante de cómo cumplirá sus promesas, algunas casi imposibles de ejecutar.
¿Será Petro un gobernante de reconciliación y paz, el gobernante del “amor” como él mismo dice, o será quien nos lleve a una mayor confrontación y violencia? Dios quiera que sea lo primero.