El economista James Buchanan, ganador del premio Nobel en 1986, escribió que, antes de la revolución de la elección pública, la política se consideraba “la actividad de una autoridad benevolente que, aunque despótica y monolítica, siempre y en todo lugar promovía ‘el interés público’”.
Esta visión romántica, explica Buchanan, ignoraba la realidad empírica de la política: “cualquier incremento en el tamaño relativo del sector politizado de la economía implica un mayor potencial para la explotación” del ciudadano, los explotadores siendo los políticos electos, burócratas designados o las coaliciones mayoritarias de gobierno.
Por ende, la extracción fiscal a costa de la mayoría de contribuyentes y en beneficio de una pequeña clase de administradores del Estado es perfectamente compatible con la democracia. Desde el punto de vista del ciudadano, la representación parlamentaria podría justificar la tributación, pero sólo hasta cierto punto.
La revolución de la escuela de elección pública, sin embargo, nunca llegó a Colombia, donde sólo tiene unos pocos adeptos aislados. Quizá por ello resulta algo fabricada la indignación por el evidente nepotismo en uno de los nombramientos recientes a la junta directiva del Banco de la República. Contrario a lo que algunos asumen, las prácticas de ese tipo son bastante comunes en la alta burocracia.
Según un argumento utópico, Colombia es inmune a la posibilidad de un episodio de hiperinflación porque el emisor es independiente del gobierno de turno. En la práctica, la membresía del ministro de Hacienda en la junta directiva del banco central es un factor de injerencia considerable.
Por otro lado, la experiencia de países cercanos -particularmente Venezuela- demuestra la facilidad con que un gobernante despótico puede reemplazar a los tecnócratas del banco central con partidarios enviados a imprimir dinero para financiar el gasto, lo cual inevitablemente destruye el valor de la moneda.
La experiencia de otro país vecino, Ecuador, también demuestra que, aunque el neo-bolivarianismo inevitablemente quiebra a los países -Quito incumplió los pagos de su deuda el pasado abril- la habilidad de ahorrar en una moneda extranjera protege a los ciudadanos de los efectos del derroche de sus políticos. Como explicó la economista ecuatoriana Dora de Ampuero, “la dolarización nos salvó de estar como Venezuela”.
Recientemente, sin embargo, la dolarización de facto de Venezuela ha traído un alivio financiero a ese desdichado país. Según Reuters, el 53.8% de las transacciones llevadas a cabo en Venezuela durante los primeros 15 días de octubre del 2020 se completaron en dólares. Dada la repentina tolerancia del régimen hacia el uso de la moneda del “imperio”, los venezolanos dejaron de estar sujetos al inútil bolívar.
En Colombia no fue necesario tener un gobierno chavista en el poder para que el peso perdiera más del 90% de su valor desde el 2012. Pero la tecnocracia no les ha brindado a los ciudadanos la libertad de ahorrar con facilidad en dólares u otras monedas fuertes, en parte para perpetuar el mito del fenomenal manejo de una moneda soberana. La escuela de opción pública explica por qué.