"La vida es el resultado de una cadena de afectos"
No hay nada más triste que la soledad y más frustrante que vivir sin compartir. Esto no lo aprendemos cuando somos jóvenes sino lo descubrimos cuando nos acercamos al ocaso y tratamos de nuestros logros, frustraciones y desilusiones. Entonces es cuando recordamos que los mejores momentos de nuestra parábola vital fueron aquellos que compartimos con quienes nos demostraron afecto o interés por nuestras inquietudes.
Entre más caminamos por la ruta que nos trazó el destino más necesitaba nuestro espíritu proyectarse, interactuar, reflejarse en otros horizontes, interesarse en otros empeños. Definitivamente Dios no nos creó para jugar solitario. Nuestra razón de ser es sociabilizar.
Por ello la familia es nuestro núcleo vital. En ella y por ella desarrollamos nuestras potencialidades y probabilidades.
La sociedad contemporánea está diseñada para que en familia podamos disfrutar a plenitud los avances políticos, económicos y culturales.
Debemos apoyarla y defenderla. Levantar una familia es y debe ser nuestra mayor satisfacción y orgullo. La misma Ley se estableció para priorizar su protección y para que sea el fundamento de todo Estado de Derecho. Es la familia el mejor escenario para vivir y compartir. Para conseguir la paz y la tranquilidad. Y esto que es válido para los individuos también lo es, y en mucho mayor grado, para las naciones.
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Paz, esquiva paz. No necesariamente como ausencia de fuerza sino como un estado de ánimo colectivo. Como el producto ambicionado de la integración, la comprensión, la tolerancia y el respeto por los derechos de los demás. La ausencia de todo egoísmo. Por desgracia desde que Caín mató a Abel nuestro sino ha sido discrepar, disentir y confrontar. Afortunadamente, empero, han sido las grandes excepciones las que nos han permitido avanzar y hacer progresar la civilización humana.
Pero centremos nuestras elucubraciones en nuestro muy querido país. Atávicamente parecería que las malquerencias se han impuesto sobre al sentido común. Tan solo en el siglo XVIII ocho guerras civiles asolaron nuestros campos y poblaciones y frenaron nuestro crecimiento y desarrollo. En la centuria pasada solo tres décadas disfrutaron de esa tranquilidad y el resto fueron asoladas por la llamada “Violencia”, que segó la vida de más de trescientos mil colombianos.
Todavía vivimos las cuelas. A pesar de los Acuerdos de La Habana que buscaron afanosamente esa esquiva paz, dos mil disidentes fardachos y otros terroristas desalmados han copado los territorios dejados por la desmovilización y el desangre continúa. A pesar de la ecuanimidad y serenidad de nuestro Presidente, la llamada polarización está acentuando nuestras diferencias y haciendo más difícil el asentamiento de esa esquiva paz.
Adenda
Temperamentos como los de Trump, Bolsonaro y Maduro hacen más difícil la tarea de buscar y afianzar esa paz.