La tristeza de los pueblos | El Nuevo Siglo
Lunes, 16 de Octubre de 2023

La guerra es la tristeza de los pueblos, el fracaso más estrepitoso de la civilización. Mientras unos hacen maromas para justificar los ataques atroces de Hamás o la respuesta, también atroz, del gobierno de Netanyahu el enfrentamiento en el Medio Oriente cobra la vida de miles de israelíes y palestinos que no eligieron combatir ni hacer parte del enfrentamiento. La guerra no es más que la desgracia de la gente común.

No hay nada de heroico o noble en las guerras, lo único cierto es que matan los armados, pero mueren los civiles; como en Colombia. Al final, sin que importe quién haya tenido la razón más poderosa para acudir a la violencia, solo habrá muerte, dolor y destrucción. Después de tanta sangre derramada, las causas estructurales de este conflicto entre Israel y Palestina se habrán agudizado y todos habrán perdido. Todos habremos perdido, como humanidad. No hace falta ser profeta para predecirlo, basta con echar una mirada a la historia para saber a dónde conduce la barbarie.

Masacrar jóvenes en una fiesta, bombardear conjuntos residenciales y cortar el suministro de energía, en plena crisis, son actos tan atroces como lanzar cilindros bomba, asesinar civiles y hacerlos pasar como combatientes, o torturar personas y desaparecer sus cuerpos en hornos crematorios. Todos estos son actos abominables, no importa dónde y cuándo se cometan, no importa quién los lleve a cabo.

La tragedia que hoy viven millones de personas en el Medio Oriente la cocinaron a fuego lento, durante años, las facciones extremistas de un lado y del otro. Tanto el grupo terrorista Hamás como el gobierno de Nethanyahu han esgrimido posturas radicales frente a cómo gestionar el conflicto entre sus pueblos. En su manera de entender el mundo no hay espacio para el diálogo. La violación de los acuerdos y del derecho internacional humanitario, los discursos de odio y la deshumanización de los otros, en tanto adversarios, han alimentado el fuego que ahora resulta muy difícil de contener y de apagar; y que, a la postre, terminará consumiéndolo todo y a todos.

Basta con echar una mirada al presente para saber a dónde conduce la polarización política; en Gaza y en Israel, en Rusia y en Ucrania, en Estados Unidos, en Argentina, en Colombia o en cualquier parte del mundo.

Las personas del común no podemos incidir sobre las guerras, ese es el terreno más cruel y descarnado del poder; pero podemos evitar caer en la trampa del radicalismo que ciega, que anula al otro como humano, en su dignidad, y que cierra toda posibilidad de gestionar los desacuerdos por las vías del diálogo y del derecho. Podemos rechazar los discursos de odio, vengan de donde vengan, más allá de los desacuerdos ideológicos; y sobre todo, podemos decidir no alimentar ni justificar la violencia.

No hay muertos buenos, ni malos. Son muertos, historias truncadas que desatan venganzas justicieras, perpetúan la violencia y condenan a los pueblos. Tampoco hay guerras santas ni justas y, en cualquier caso, ninguna conduce a la paz.

e@tatianaduplat