Las decisiones de hoy | El Nuevo Siglo
Viernes, 23 de Septiembre de 2022

Cada instante de la vida es una oportunidad para decidir si dejamos que el Amor fluya a través de nosotros o si le cerramos el paso.  Necesitamos estar despiertos para darnos cuenta.

Creo que esa es la diferencia entre la guerra y la paz, entre la desdicha y el gozo: las decisiones que tomamos en la cotidianidad, que se encadenan a través de las diferentes situaciones que vivimos, en una mezcla que a veces nos permite armonía y otras veces trae caos.  El quid de la existencia consiste en ir acotando los momentos caóticos y aumentando los armónicos, donde quiera que estemos, hagamos lo que hagamos.  ¿Cómo lo logramos? Ganando espacios para elegir las emociones que podemos vivir.  Sí, las emociones pueden dejar de ser reacciones automáticas que nos gobiernan.  No somos nuestras emociones, como tampoco nuestros pensamientos ni nuestras sensaciones físicas, aunque por supuesto todo ello nutre nuestra vida.  Esencialmente estamos hechos de Amor, esa fuerza poderosa que sostiene todo lo que existe.  Somos ese Amor, solo que se nos suele olvidar.

Somos nosotros quienes definimos si la vida es un campo de batalla o uno de armonía.  Yo elijo lo segundo, asunto que no es fácil pues implica atestiguar cómo se manifiesta mi ego en cada momento.  En la medida en que vamos sanando nuestras heridas ancestrales tenemos menos guerras interiores que se expresen en el afuera.  Un niño o una niña interior con huellas de exclusión, abuso, abandono o negación salta en la vida cotidiana de la persona adulta a través de emociones como el miedo, la rabia, el asco o la tristeza.  Mientras no sanemos nuestras heridas ancestrales, seguiremos auto-condenados a estar en la montaña rusa de esas emociones y pensamientos que nos atan al dolor, cuando no al sufrimiento. 

Necesitamos abrir espacios conscientes para resolver el pasado en presente.  Quienes hemos sido víctimas de algún oprobio -casi todo el mundo- podemos quedarnos anclados en eso que nos vulneró o dejarlo atrás y usarlo como un trampolín de aprendizaje hacia una vida mejor.  En la medida en que lo hacemos, también dejamos de ser victimarios para otros, de vulnerar a otros desde nuestro interior herido. Eso pasa por una decisión fundamental: reconocer el Amor (insisto, con A mayúscula) en todo lo que existe. Ese Amor podemos verlo en cada vivencia, las que nos han gustado y las que no, para poder sanar y soltar. 

Podemos aquí y ahora dejar que ese Amor sea en nosotros, sin obstáculos.  Es como tomar la píldora roja o la azul de Mátrix.  ¿Qué elegimos hoy? ¿Nos dejamos arrastrar por la corriente del dolor o pedimos la guía divina para ganar conexión? Difícil. Y podremos elegir, siempre.

@edoxvargas