Los datos divulgados por el DANE sobre el comportamiento inflacionario hasta marzo no son buenos. Un aumento de precios anualizado del 13,34% debe ser motivo de preocupación. Es quizás el mayor problema económico y social que enfrenta el país en este momento.
Pero, precisamente por eso hay que evitar tomar medidas calenturientas, intentando controlar improvisadamente la inflación lo que puede conducir a atizarla aún más.
¿Cómo cuáles? El principal riesgo es entrar por el camino facilista pero perverso de los controles administrativos de precios. Argentina -en un desespero parecido al que estamos viviendo- se metió el año pasado a controlar administrativamente 1.300 precios que se creyeron claves en el empeño por controlar la inflación. El resultado es que el país austral tiene una inflación anualizada hoy en día de más del 100%.
El control de precios tiene varios y graves inconvenientes: no permite que los mensajes de costos de la economía se transmitan correctamente, con lo cual se crean represas de precios que luego terminan estallando; pone en evidencia la incapacidad administrativa del estado (o lo que es peor, la corrupción) cuando pretende sofocar millares de precios que forman el tejido económico; fomenta escaseces y mercados negros; y, por último, desbarata la marcha normal que debe tener la economía.
Todo esto lo digo por que empiezan a oírse voces que (explicablemente preocupadas por el ritmo que trae la inflación) proponen entrar por el pedregoso camino de los controles administrativos de precios. Por ejemplo, el parlamentario Inti Asprilla en trino que luego borró alcanzó a opinar: “Llegó la hora de hablar de control de precios en la canasta familiar. La carestía alimentaria llegó a un nivel invivible para los hogares colombianos”.
Más aterrizado resulta la colaboración que ha solicitado el gobierno a los gremios económicos para diseñar de común acuerdo medidas que busquen suavizar el corcoveo inflacionario. Ojalá de estos anuncios de concertación salgan fórmulas aterrizadas y sensatas, aunque hasta el momento suenan bastante vagos.
Por el momento hay que dejar que las políticas del Banco de la República (fundamentalmente el encarecimiento de los tipos de interés para enfriar la actividad económica) empiecen a rendir frutos. No hay que desesperar. Este es el antídoto más eficaz que está en marcha para hacer bajar la fiebre del índice de precios.
De otro lado, y tal como históricamente sucede, en el segundo semestre salen las principales cosechas agrícolas. Esto debe ayudar a que el índice de precios de los alimentos comience a ceder.
Otra política que debe evitarse es subir atolondradamente los aranceles de los bienes que importa el país, en especial las materias primas agrícolas, con la ilusoria creencia que esto dispara la producción nacional y sirve para bajar la fiebre inflacionaria. Nunca debe olvidarse que los incrementos de aranceles terminan golpeando es a los consumidores, a quienes se les traslada por los importadores los mayores costos que deban asumir.
Dentro de estas políticas que hay que evitar habría que ubicar la propuesta por el presidente Petro de que sea el Banco de la República quien, con créditos de emisión, entre a financiar los pasivos con las víctimas y la política de compra de tierras. Esto no va a ser aceptado por el Banco de la República. Pero tiene un efecto malsano sobre la percepción internacional de la calidad que puede llegar a tener la política económica colombiana; y es un mensaje desafortunado igualmente sobre las expectativas inflacionarias.
Hay que actuar, sí, pero sin caer en medidas desesperadas o improvisadas que terminan trayendo más inconvenientes que alivios.