Hace unos años, cuando tuve oportunidad de leer Una Tierra Prometida, encontré una tesis que me llamó la atención. Luego de reconocer que Estados Unidos ha usado la fuerza en no pocas oportunidades para imponerse sobre otras naciones, el autor del libro, Barak Obama, manifiesta que su país es, en todo caso, el menos arbitrario de todos los imperios.
Tiene razón. El imperio que mayores restricciones ha enfrentado para ejercer su poder y el que más límites se ha autoimpuesto es los Estados Unidos. Ese rasgo lo diferencia de los que lo han antecedo, bien que se trate de la Roma Augusta, los estados coloniales europeos o el Japón de la Era Meiji.
La manera en que Trump forzó durante su primer gobierno a Canadá y a México a renegociar el acuerdo de libre comercio y las intimidaciones que les ha formulado en su aún preliminar segunda etapa van en contra de dicha tradición. Más grave aún para el legado de “imperio civilizado” del que goza los Estados Unidos es el mensaje en el que anuncia que ese país podría retomar el Canal de Panamá.
Es además un pronunciamiento que quizá genere efectos geopolíticos. Ésa es una de las consecuencias de las amenazas: el amenazado busca cómo defenderse. Finlandia y Suecia sirven de ejemplo. El apetito territorial de Rusia sobre Ucrania -en otro acto de arbitrariedad imperial- llevó a estos dos países a abandonar la neutralidad que habían sostenido desde la terminación de la Segunda Guerra Mundial para solicitar su adhesión a la OTAN. Ambos fueron admitidos de manera expedita en una decisión a la que se le dio el rótulo de victoria para Occidente.
¿Qué camino toma un país pequeño como Panamá, de cuatro o cinco millones de almas, cuya integridad territorial se ve súbitamente amenazada por la primera potencia mundial?
Trump parece olvidar que en las últimas dos décadas o tres décadas hemos regresado a un mundo bipolar, con China en la posición que tuvo la Unión Soviética hasta su disolución. Y es hacia allá hacia donde seguramente se oriente Panamá.
La presencia china en la región ha crecido de manera abismal. China está presente en la mayoría o quizá en todos los países de América Latina y participa en diversas esferas de su vida económica: infraestructura, agricultura, comunicaciones, finanzas, etc. Lo anterior, sin mencionar a Venezuela y a Nicaragua, cuyos regímenes dependen significativamente del apoyo que China les brinda.
Es posible que las palabras de Trump sobre Panamá acentúen el lugar de China en el subcontinente. Es una consecuencia que bien vale la pena evaluar. China es increíble. En pocos años sacó de la pobreza a más de 400 millones de personas. De un momento a otro pasó de productor de baratijas a líder industrial y tecnológico. Ningún otro país del mundo ha logrado semejante nivel de desarrollo en tan corto tiempo.
Sin embargo, a diferencia de los Estados Unidos, China no es una democracia. ¿Cómo incide este hecho en el escenario internacional? No lo sé. Pero sí sé que mientras que la respiración del dragón llega cada día a más rincones, Trump se dedica a afilarse las uñas en el territorio de los amigos.