El presidente brasilero, Luiz Inácio “Lula” da Silva, parece empeñado en ganarse un lugar entre los pensadores de la ciencia política y entre los teóricos de la democracia. El profesor Gerardo L. Munck (que ya tiene el suyo propio) ha llamado la atención en su cuenta de X (@GerardoMunck) sobre la importancia del aporte de Lula a la disciplina:
“La evolución de las tipologías de regímenes políticos:
Linz (1975): regímenes totalitarios, autoritarios y democráticos
Bobbio (1985): dictaduras y democracias
Lula (2024): dictaduras, regímenes ‘muy desagradables con un sesgo autoritario’ y democracias”.
Si lo de Lula fuera sutileza intelectual, sofisticación analítica, y refinamiento teórico, haría quedar a Juan José Linz y a Norberto Bobbio como meros principiantes. Pero lo de Lula no es sutil, ni sofisticado, ni refinado: Su posición ante lo que ha ocurrido recientemente en Venezuela (y ante lo que viene sucediendo allí hace rato) no puede ser más tosca, chapucera, y burda. Lo suyo es el intento impúdico y desesperado de darle oxígeno al régimen de Nicolás Maduro, de lavarle la cara al chavismo del que Maduro es primogénito, y de darse oxígeno y lavarse la cara a sí mismo luego de haber dejado entrever las señas más particulares de su identidad.
Es probable que Lula no haya leído a Linz ni a Bobbio. Ni a Robert Dahl, ni a Giovanni Sartori, ni al gran Guillermo O’Donnell -cuya sabiduría se echa tanto de menos-. No hay razón para reprochárselo. Más reproche merecen aquellos líderes políticos que han leído más de lo que se han tomado el trabajo de entender. O aquellos que citan nombres sonoros, solamente para torturar lo que el citado dijo, hasta hacerlo decir lo que quieren escuchar.
Pero, ya que no se deja iluminar por la teoría, ni se rinde ante los hechos, Lula debería, al menos, tomar una lección de literatura. De literatura iberoamericana, más precisamente. O latinoamericana, si lo ibero le produce repeluzno, como lo hispano a muchos de los suyos. De pronto entiende y ve mejor en la ficción lo que le cuesta tanto trabajo entender y ver en la realidad.
Podría empezar por “El matadero”, “Amalia”, “Facundo”. Darse enseguida una licencia con “Tirano Banderas”, antes de “La sangre”, “El señor presidente”, y “El reino de este mundo”. Ya entrado en Carpentier, acometer “El derecho de asilo”, que anticipa “El discurso del método”. Le quedarían aún Azuela, Gallegos, Vargas Llosa, Roa Bastos, García Márquez, Aridjis. El catálogo es generoso y cada tanto se actualiza.
Pero no sería necesario el curso completo. Se atribuye a Lula no poca inteligencia. Bastaría entonces con una lección, una sola lección de literatura latinoamericana, para que entendiera (si no lo ha hecho aún) lo que pasa en Venezuela.
Habrá quien diga que Lula no tiene tiempo. Los poderosos del mundo siempre andan escasos de lo que vale realmente la pena. Entonces, que vea telenovelas, brasileras, además, como “Años rebeldes” o “Los días eran así”. Quizá recuerde entonces lo que parece haber olvidado, probablemente, porque lo vivió con disgusto bajo un “régimen muy desagradable”.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales