El mundo comienza a salir de la cuarentena obligatoria. Cautelosamente, los países están escalando la apertura de todos los espacios que han permanecido cerrados. Esto para permitir la indispensable reactivación de la economía, prácticamente, paralizada desde el comienzo de la pandemia, hace meses.
Pero esta necesaria, aunque arriesgada, medida causa preocupación, hasta espanto, pues hay total incertidumbre sobre las consecuencias que tendrá sobre la pandemia.
Muchos piensan que la libertad de salir a la calle a trabajar, hacer ejercicio, tomar el sol, disfrutar de los parques o tener pequeñas reuniones, traerá consigo un recrudecimiento del Covid-19 y, por lo tanto, se perderá el esfuerzo que se hizo al permanecer encerrados por meses para detener, o por lo menos disminuir, el contagio.
¿Tendrá acaso la humanidad que escoger entre su supervivencia económica o su salud? No se puede negar que la activación de las fuentes de empleo dará un urgente respiro a los que necesitan de su sueldo para poder para sobrevivir, pero, también habrá mayor contacto humano y, por lo tanto, mayor contaminación.
Pero, quienes pretenden exigir a los gobiernos la manutención de la población necesitada, hasta que hayan desaparecido los contagios y las muertes por coronavirus, son, ilusos e irrealistas. Ni las naciones más ricas del planeta resisten semejante costo económico, mucho menos lo pueden financiar las naciones en vía de desarrollo.
Así, que la apertura es un hecho indetenible, no solo para lograr la reactivación económica, con el retorno del ciudadano común a su trabajo y el salvamento de industrias y comercios que lo proporciona, sino también para facilitar el regreso, así sea moderado, de actividades que alegran el alma, como salir a caminar, visitar a los nietos, a los abuelos, a quienes amamos y con quienes compartimos, normalmente, el diario vivir; es algo indispensable para el bienestar de la siquis humana. No en vano el aislamiento es el castigo más duro que se impone a los presos.
La pérdida de la libertad, que acabamos de sufrir, es algo que los expertos en derecho deberán analizar con detención. ¿Tienen los gobiernos, democráticos, derecho a actuar como dictaduras por el “bien común”? Hoy, muchos acusan a sus gobiernos de haber excedido sus derechos.
Históricamente, el “bien común” y el miedo han sido las excusas más utilizadas por las dictaduras para eliminar las libertades y adquirir control sobre sus pueblos.
Por miedo a contaminarnos y morir es que los ciudadanos de países libres hemos aceptado, sin chistar, la cancelación de nuestros derechos. Algo que da mucho que pensar.
Esta pandemia no es la primera sufrida por el mundo, ni será la última. Ni siquiera es, por el momento, la peor. Durante la Gripa Española, se calcula que murieron más de 40 millones de personas y durante la Gran Plaga del Siglo XVI, las muertes sobrepasaron el 60 por ciento de la población europea. Todas las pandemias anteriores han terminado, aún sin contar con la ciencia actual. Mayormente, sucumbieron con el tiempo.
Esta también pasará. Hoy contamos con conocimientos médicos y la ciencia más avanzada que ha conocido la humanidad. Si la apertura se hace con sensatez, si cada cual se responsabiliza de practicar las medidas de prevención recalcadas, usar mascarilla, distanciamiento e higiene, ganaremos la batalla y las restricciones tendrán su justificación.