En uno de esos diálogos de Semana Santa y Pascua con periodistas perspicaces, nos preguntábamos por qué las elecciones recientes en América Latina están mostrando resultados tan estrechos.
Y agregábamos a lo dicho en la columna de la semana pasada, que las misiones internacionales de observación han ido perdiendo las capacidades que hace 25 años se les atribuían, así que los ciudadanos ya no confían en ese mecanismo y lo que se incrementa es el pesimismo y la inconformidad.
Más aún, cuando esas misiones se han degradado y han pasado a convertirse en simples misiones de "acompañamiento".
En tales condiciones, ellas no usan herramientas efectivas de denuncia porque los regímenes en el poder, como el chavista, de Venezuela, solicitan tales misiones a organizaciones como Unasur, que están controladas por dirigentes ideológicamente afines cuyo interés no es otro que el de respaldar al gobernante que las convoca.
Por último, se puede sostener que el fenómeno tiene que ver con el desempeño de los gobernantes.
A diferencia de los sistemas parlamentarios, en los que se les puede retirar la confianza a los gobernantes en cualquier momento, en los sistemas presidencialistas que imperan en Latinoamérica el Jefe del Estado permanece sin inmutarse en el poder durante cuatro o cinco años, aunque el grado de aceptación popular sea del 20 por ciento, o menos.
En otras palabras, aunque los ciudadanos elijan a un candidato que pensaba de cierto modo, tienen que soportar que, luego, ya en el poder, ese personaje termine ejecutando acciones absolutamente contrarias a lo convenido.
Para no ir muy lejos, algo parecido sucedió en Colombia el 2 de octubre del año pasado cuando la población votó en contra de los acuerdos firmados entre el Gobierno y las Farc, tan solo para que tales acuerdos terminaran imponiéndose como si nada hubiera sucedido.
En resumen, ¿En qué o en quién pueden confiar los ciudadanos?
¿Cómo pueden ser leales a un partido, o a un movimiento, y apoyarlo fervorosa, o mayoritariamente?
Por eso es natural que la población se haya vuelto cada vez más cuidadosa y cautelosa.
Por supuesto, siempre rondará el fantasma del populismo, ofreciendo ilusiones y basándose en espejismos.
Pero no todo puede ser tan pesimista. Las propias sociedades latinoamericanas también están mostrando que el ciudadano aprende las lecciones y valora las alternativas sensatas y ponderadas que se alejan del autoritarismo o del pragmatismo basado en que "todo es negociable".