LIONEL MORENO GUERRERO | El Nuevo Siglo
Viernes, 15 de Marzo de 2013

Educación y corrupción

 

“Gracias a Transparencia Internacional por poner el dedo en la llaga”

 

Nuevamente Transparencia Internacional, a través de su Encuesta de prácticas contra el soborno en empresas colombianas nos trae malas noticias. La percepción del 94% de los empresarios entrevistados es que en Colombia se deben pagar sobornos, en sus diferentes modalidades, y que lo consideran necesario, principalmente porque si no pagan, no hacen negocios y luego, porque la “tramitomanía” es tal que hay que dar dádivas para que las cosas se “muevan”.

La corrupción, no solo en Colombia, sino en el mundo entero, es de tal magnitud que es un lastre enorme en el desarrollo de los países. A todo nivel, internacional y nacional, se han firmado tratados y aprobado leyes: Convención de Naciones Unidas contra la Corrupción; Convención anticorrupción de la Oecd; Convención interamericana contra la corrupción; la ley de los Estados Unidos sobre Prácticas corruptas en el extranjero (la única ley nacional en el mundo a este respecto); nuestro estatuto anticorrupción (ley 1474 de 2011); nuestro Observatorio anticorrupción y de integridad, etc. Nada parece ser eficaz para reducir este cáncer. Las leyes son, a no dudarlo, un instrumento necesario en esta lucha, pero el mal es más profundo. Es un vicio incrustado en la cultura de los pueblos, en unos más, en otros menos.

La ética y el respeto a las leyes no se desarrollan de un día para otro. Esto no quiere decir que no se deba legislar al respecto y que estas leyes no deban aplicarse estrictamente. Pero lo fundamental es la ética individual, aquella convicción personalísima de que ciertas conductas son indebidas; que hay normas, que denominamos principios, que el ser humano debeacatar para que conforme a su naturaleza pueda ser digno de tal denominación. Saben los educadores que es en la niñez y la juventud cuando el ser humano es más receptivo y es entonces, precisamente, cuando los principios éticos deben infundirse en los seres humanos.

En otras palabras, es en la familia, base de la sociedad, donde el niño recibe la percepción de lo bueno y de lo malo, apreciación que se debe reforzar en la escuela y la universidad. La educación no debe concebirse solo como transferencia de conocimientos prácticos, sino -tal vez más importante- como oportunidad para infundir principios que hagan de esos niños y jóvenes seres dignos de vivir en sociedad. Si a nivel familiar puede, en algunos casos, haber carencias, la escuela y la universidad deben suplirlas y luego el lugar de trabajo. Un joven puede llegar a la universidad ignorante de ciertos principios, por ejemplo, que el fin no justifica los medios, pero el profesor de cualquier asignatura, no necesariamente de ética, lo puede encausar, siempre y cuando entienda que su labor tiene también este objetivo.

Agradezcamos a Transparencia Internacional, una vez más, el poner el dedo en la llaga. Exijamos este esfuerzo de nuestros educadores.