Es aberrante la excusa del ministro Grande Marlaska (o sea, la excusa del Gobierno) al negar los muertos en el lado español de la valla durante el salto masivo de migrantes del 24 de junio. Como si el hecho de que cayeran en el lado marroquí diera por liquidado el escándalo.
Es lamentable este debate de leguleyos porque olvida el fondo de la cuestión. Es cuestión de principios. Y sostengo, por tanto, que no hay lado marroquí, lado español o tierra de nadie cuando están en juego los derechos humanos.
Sorprende que, en el intercambio de pedradas del Gobierno con los partidos políticos, críticos en su mayoría, se ignoren los principios humanitarios (universales, eternos, innegociables). El debate gira en torno a los goznes de legalidad y oportunidad. O sea, normativas e intereses políticos. Dos ámbitos de la discusión, fungibles e interpretables, que también aportan motivos suficientes para afear el comportamiento del Gobierno español (y del Gobierno amigo de Marruecos, por supuesto) respecto a lo ocurrido en la valla de Melilla aquel trágico 24 de junio.
A escala nacional, la controversia se limita casi exclusivamente al señalamiento de un ministro mentiroso. Lo cual ha sido aprovechado por el principal partido de la oposición, el PP de Núñez Feijóo, para pedir la renuncia o el cese inmediatos de Fernando Grande Marlaska como titular de Interior, por haber negado el fallecimiento de algunos emigrantes en el lado español, con posterior traslado al marroquí, cuando las pruebas documentales demuestran lo contrario.
Lo siento por el ministro, cuya condición de juez ha sucumbido a su tardía pero consistente vocación política. Su carrera está en peligro porque los hechos verificados le han dejado en evidencia. Mala noticia. Su pasión por la política nunca debió haberle llevado a ocultar, disimular o encubrir los métodos de actuación policial aplicados en la valla de Melilla.
Lo que hemos sabido de acá y de allá, (BBC, Defensor del Pueblo, ONGs, ONU, visita de diputados a la valla), ha sido suficiente para saber que el tráfico de intereses políticos también alcanza a los derechos humanos. Hablamos de unas personas que huían de la miseria braceando por una vida mejor y fueron tratados como desechables.
Deberíamos avergonzarnos que aquella tragedia se haya convertido en un elemento más de la confrontación partidista. Aunque ya sabemos que la distancia es el olvido y queda mejor ponerse estupendos contra Putin o, incluso a efectos retroactivos, contra Stalin o Queipo de Llano, según las particulares querencias ideológicas de cada cual.
Que no cunda el pánico. Véase cómo en esto de Melilla el Gobierno de izquierdas de Sánchez ha encontrado su mejor aliado en la ultraderecha de Vox.