El presidente Duque ha tenido que dedicarse a poner la casa en orden, recibió una bomba de tiempo que le puede estallar en las manos, y el país no puede pretender que en 100 días se corrijan ocho años de desastres. Aún no es tarde para un corte de cuentas, y los colombianos deben saber cuál fue el país que encontró Duque, de otra manera lo van a seguir culpando del caos que heredó, como ha ocurrido hasta ahora.
Para la opinión pública resulta difícil aceptar una ley de financiamiento, donde se les pasará cuenta de cobro por el derroche y la corrupción del pasado, en la que la fiesta de pocos la tendremos que pagar todos, por lo que se hace imperativo, hacer un inventario público del daño y sus responsables.
Hecho lo anterior, el Gobierno tiene la obligación de hacerle una profunda liposucción al Estado; es fundamental reducir la burocracia y recortar el gasto público en un 6% en todos los sectores, porque al hacer esto, se encuentran los $14 billones del déficit se pretenden conseguir con la ley de financiamiento.
Reducir el tamaño del Estado, combatir la corrupción y la evasión, tienen que ser los puntos de partida de la ley de financiamiento, y esta debe ser una alternativa para buscar los billones que se pretendían recaudar con el IVA a los productos de la canasta familiar. Afortunadamente, ya están buscando alternativas a gravar con IVA la canasta básica, en tanto que dicha propuesta no solo es difícil de comunicar, sino que también es difícil cumplir con la devolución y se corre el riesgo de estimular la evasión y la informalidad, por eso es urgente un plan B, una alternativa, que tendrán que pulir los econometristas.
Es bien sabido que “lo mejor es enemigo de lo bueno”, de nada nos sirve sacar adelante una gran reforma, que en el corto y mediano plazo nos permitirá sanear las finanzas del Estado y cubrir el déficit, si la misma se llevará por delante la popularidad del Presidente, del Gobierno y del Partido de Gobierno. De nada nos sirve una reforma técnicamente responsable, pero políticamente inviable, que nos va a impedir avanzar en las elecciones locales que se aproximan. De nada nos sirve una gran reforma, si con ella abrimos las puertas a que la izquierda llegue en cuatro años a destruirlo todo.
En definitiva, es mejor una reforma moderada, enfocada en recortar el gasto y reducir la evasión, que estimule la formalización y el crecimiento económico y que no se perciba como un ataque a los más pobres y a la muy golpeada clase media. Definitivamente, como diría don José Ortega y Gasset, hay veces que los árboles nos impiden ver el bosque.
@SamuelHoyosM