Muchos antiguos admiradores de Suecia desean que este país fracase. La razón: el actual gobierno socialdemócrata se rehusó a entrar en pánico por el coronavirus, no impuso una cuarentena total, y mantuvo abiertos los colegios (para menores de 16 años) al igual que los restaurantes y bares.
Indignados porque Suecia resistió la histeria, varios comentaristas celebraron cuando su número de muertes por causa del Covid-19 sobrepasó el de las demás naciones europeas. Pero pasaron por alto el hecho crucial: dicha cifra se limitaba a la semana entre el 12 y 19 de mayo. Desde el inicio de la epidemia, Suecia aún mantiene un nivel de muertes por millón de habitantes inferior al de Reino Unido, Bélgica, Francia, Italia y España, países que implementaron drásticas cuarentenas.
Un estudio de la Universidad de Oxford apunta a la inefectividad de estas medidas. Bloomberg resume sus conclusiones: “hay una correlación mínima entre la severidad de las restricciones” de los países europeos y su capacidad de reducir el exceso de muertes. Por otro lado, “los países con cuarentenas más intensas parecen estar ante un sufrimiento económico mayor”.
También hay graves repercusiones de salud. En Reino Unido, el Instituto de Investigación del Cáncer advierte que decenas de miles de pacientes oncológicos sufrirán una muerte anticipada porque, a raíz del Covid-19, los hospitales han suspendido los tratamientos y las cirugías.
En el mundo subdesarrollado, la interrupción económica puede ser devastadora. Según David Malpass, presidente del Banco Mundial, 60 millones de personas en estos países resultarán en la pobreza extrema. Con buena razón, Arturo Calle dice temerle más al hambre que al coronavirus.
Según Sunetra Gupta, epidemióloga de la Universidad de Oxford, grandes segmentos de la población ya adquirieron una inmunidad oculta al Covid-19, cuya tasa de mortalidad sería “ciertamente menor que un caso en 1.000, y probablemente más cerca a uno en 10.000”. Esto corresponde con el cálculo de su colega sueco Johan Giesecke, antiguo jefe científico de la Organización Mundial de la Salud, quien dio la cifra aproximada del 0.1 % en abril.
Por su parte, el epidemiólogo alemán Hendrik Streek calculó que la tasa de mortalidad se acercaría al 0.26 %, cifra muy inferior a la de los pronósticos más catastróficos. Los autores de los últimos apuntan al altísimo número de muertes en Nueva York y otras ciudades, fenómeno que Gupta asigna a la concentración de ancianos y personas vulnerables por sus condiciones previas de salud.
De hecho, se sabe que uno de los problemas en el estado de Nueva York- al igual que en Gran Bretaña- fue la orden ejecutiva a los ancianatos para que aceptaran a pacientes con casos confirmados de coronavirus, lo cual aceleró su propagación entre el grupo más susceptible.
Por ahora, el debate entre ambos bandos continuará porque la ciencia consiste en el cuestionamiento y la experimentación incesante. Pero el daño colateral de las cuarentenas no esperará su resolución ni el descubrimiento de una vacuna.
Mitigar estas terribles consecuencias cuanto antes debe ser la prioridad de cualquier gobernante.
*Director de la Sociedad Bastiat de Bogotá.