En los tiempos de confusión y crisis como los que agitan a Colombia, no faltan los nostálgicos, ni los vivos, que quieren resucitar ideas negativas, perniciosas, disolventes y desastrosas que en el siglo XIX. Incendiaron la República y dieron origen a la famosa Patria Boba. Don Antonio Nariño le da ese calificativo a los politiqueros locales que pretendían en cada ciudad y aldea fuese un feudo con gobierno propio, para hacer lo que les viniese en gana, en el entendido que el federalismo era una receta mágica para progresar y desarrollarse, puesto que consideraban que esa fórmula era la que había propiciado el progreso de los Estados Unidos. No atendían la circunstancia de la América del Norte, donde llegaron colonos de diverso creado y lengua, levantando sus colonias en las grandes extensiones de su territorio. Entonces, la federación fue la fórmula de unión.
Por el contrario, aquí estábamos unidos, dado que el Virreinato de la Nueva Granada, tenía el control efectivo de su soberanía. Es así, como Armero, Cartagena, Antioquia, Tunja y otras ciudades se dan su propia Carta Política, con la convicción ingenua que esas divisiones políticas nos llevarían al éxito social, económico y político, derivando en lo contrario que era dividir lo que estaba unido y fraccionar las fuerzas hasta la perdición y la ruina, lo que facilitó que el general Morillo se apodera militarmente del país, en una campaña gigantesca que abarca el Pacífico y el Atlántico, por el Chocó, Cartagena y desde Venezuela por el Orinoco y la frontera.
El Libertador Simón Bolívar, al unir en Angostura a Venezuela, la Nueva Granada, Ecuador y, posteriormente, Panamá, consiguió conformar un país que por sí mismo se constituía en una potencia regional, lo que determina que sea reconocido también por las potencias europeas de la época. Claro que, en Santa Fe de Bogotá, no todos entendían el grandioso proyecto de Bolívar. Tal fue la potencia que deriva de la unión, que el Libertador en persona sale a liberar el resto de América. Tal como lo mencionamos antes, eso se concreta en la gloriosa batalla de Ayacucho, donde el mariscal Sucre libera a Perú y derrota los reductos locales de la monarquía y las veteranas y aguerridas tropas españoles.
Al morir el Libertador se desintegra la Gran Colombia, quedamos reducidos al parroquialismo y más aislados que nunca. La característica principal del país será la división, la politiquería menor y la guerra civil. En la medida que el Estado se debilita y no ejerce soberanía en las regiones más aisladas, con el tiempo se enquista la ley del más fuerte y predomina los sectores desarraigados y violentos.
No es de sorprender qué, en consecuencia, al proclamar en Rionegro el federalismo, junto con otras medidas económicas fatales, derivemos en la guerra civil y nuestros artesanos terminan arruinados. Sin contar la disputa religiosa, que se tradujo en otra vena rota de la violencia. Además, en lo económico algunos conservadores eran proteccionistas y otros librecambistas. Algo similar ocurría entre los liberales, que tenían diversos matices.
Por tanto, asesinado el gran campeón del conservatismo, don Julio Arboleda, que debía suceder al gobierno de Mariano Ospina Rodríguez, la República se hunde en la frustración y la ruina colectiva. El federalismo impulsa la erosión y la quiebra de la República. Hasta que de milagro aparece un político nacido en Cartagena y que viene de Panamá, Rafael Núñez, representando los intereses de ese Estado como diputado. Núñez es la voz más lúcida que se levanta contra el liberalismo extremo en lo económico -libre cambio- de Florentino González, sin ser acogido por sus colegas
En Colombia la Carta del 91, que es centro-federal, dejó muy mal parados a los departamentos más atrasados y sometidos por más de medio siglo a la violencia subversiva, como es el caso del Chocó y otros, que no tienen representación en el Senado de la República. Esos departamentos necesitan cuanto antes que tengan la debida representación en el Congreso, lo contrario es aberrante y antidemocrático.
En mucho municipios aislados, pequeños y pobres, el costo de tener una elección de alcaldes es exorbitante, bien valdría la pena pensar en fortalecer el poder de los gobernadores para que ellos nombren los alcaldes. En tal caso, apenas se mantendría la elección popular en las ciudades de más de un millón de habitantes, donde el voto de opinión prevalece.
En cuanto a la pretensión de volver al federalismo, es bueno recordar a Núñez quien predicaba que ese sistema nos llevaría a la ruina, como en efecto ocurrió. En Colombia, por las barreras montañosas y selváticas, como decía Álvaro Gómez, la geografía nos condena a la dispersión. Hoy tenemos, desde el punto de vista estratégico, el 70 por ciento del territorio en manos de la subversión. Un sistema federal terminaría de minar, de dividir esas regiones, que de seguro derivarían como lo querían inicialmente las Farc, en repúblicas independientes.