Los colombianos comenzaron a despertar de su letargo histórico en materia electoral. Así sea como una consecuencia de la polarización -alguna buena debía tener- el ciudadano comprendió que su voto vale en una democracia. Entendió que no tiene sentido permanecer al margen, quejándose y sin hacer nada. Se empoderó. Vio que es preferible actuar, intervenir y ejercer su derecho a decidir. El aumento del diez por ciento en la cantidad de votantes es un índice elocuente de esa decisión de participar.
Desde luego, más votos no significa necesariamente mejor decisión, porque, por lo general, la alimentan la imagen “maquillada” y sobre todo la manipulación informativa y la propaganda (Tema que merece ser estudiado a fondo en nuestra democracia) ¿Hasta dónde las pasiones ideológicas y personales de los periodistas y los medios, o sus intereses particulares, distorsionan la democracia? Hasta donde la agenda informativa “anticorrupción” y “justiciera” ¿mide a todos con el mismo rasero, o es usada aleatoriamente según el acusado? ¿Cómo modifica la forma de elegir, la presencia excesiva de noticias falsas y verdaderas en las redes? Porque no todo lo que circula es falso. De hecho, la circulación por redes de videos que registran la historia real de los candidatos, permite verlos y analizarlos en perspectiva. Da elementos de discernimiento, que dejan al desnudo cualquier disfraz.
Pero, lo que sí significa este aumento del número de ciudadanos que ejercen su derecho a decidir, es mayor “legitimidad para el elegido” y un margen de gobernabilidad más amplio.
Cuando se aplaque la polvareda levantada por la discusión sobre la influencia de las encuestas en el voto, los asombrados electores caerán en cuenta que una democracia les permite escoger, con entera libertad, cómo quieren que los gobiernen y quiénes quieren que los gobiernen. Será una lección aprendida de manera costosa pues ya pagó el precio de varios fracasos, algunos de ellos inducidos por la sacralización de los sondeos de opinión. Pero más vale tarde que nunca y la solución está a la mano: basta salir de la casa el día de elecciones, caminar hasta la urna y marcar un tarjetón.
Entre los millones que hicieron eso el domingo pasado, vale la pena destacar a los nuevos ciudadanos que ejercieron su derecho por primera vez. Enfrentaron varios dilemas. Entre ellos: ¿Voto por quien realmente quiero votar o por quien tiene posibilidades efectivas de ganar? ¿Sigo mis convicciones o formalizo las encuestas? ¿Voto por quien creo sinceramente que dirigirá mejor a mi país o por quien me induce el ambiente cargado de mucha propaganda y poca información que rodea las campañas electorales? ¿Voto por alguien o contra alguien? ¿Por algo o contra algo?
Para los jóvenes de esta generación, acostumbrados a la satisfacción inmediata de sus deseos, es fácil dejarse arrastrar por quien les garantice “ganar”. Los jóvenes que hoy tienen 18 años, no asimilan la violencia vivida en Colombia, porque no la experimentaron. De la manera como concretó este primer voto, dependerá en el futuro, gran parte del rumbo que tomará nuestra democracia.
Lo cierto es que la decisión de la Registraduría de estimularlos con el “diploma”. Hizo que la mayoría viviera con emoción, este significativo momento de ejercer la recién adquirida ciudadanía.