La Revolución Bolivariana ha sido el más estruendoso fracaso de la izquierda latinoamericana en las últimas décadas. Jamás un gobierno había logrado llevar a un pueblo rico a la más absoluta pobreza en tan corto tiempo.
Cuando el barril de petróleo superaba los US$100, Hugo Chávez despilfarró la inmensa bonanza del país regalando dinero y petróleo a Cuba, para apoyar a la dictadura de los Castro, y a otras islas caribeñas para obtener su apoyo político en los foros internacionales.
Luego multó y expropió importantes industrias, fábricas y desarrollos agrícolas, acusando a sus propietarios, falsamente, de “explotadores del pueblo”. La producción se vino al suelo y la inversión extranjera salió en desbandada del país.
Pero, el precio del barril de petróleo se descolgó y el pérfido Nicolás Maduro heredó de Chávez una fracasada revolución que tiene al país al borde del precipicio.
Hoy, el hambre y la necesidad acosan a los venezolanos. Un país con reservas petroleras mayores a las de Saudí Arabia, y que por décadas fue uno de los más ricos de Latinoamérica, está sumido en la más profunda depresión y con inflación superior al 800 por ciento.
Los empobrecidos venezolanos no alcanzan a comprar prácticamente nada de lo poco que se encuentra en los anaqueles de los mercados. De hecho, lo que se conoce como “la dieta Maduro”, o sea el hambre que sufre el pueblo, ha hecho que 75 por ciento de la población haya perdido un promedio de 19 libras de peso en el último año.
En el área de salud la situación también es gravísima; hasta los productos más básicos están agotados. En los hospitales no hay gasa, esparadrapos, ni mucho menos agujas hipodérmicas. Tampoco hay antibióticos, ni analgésicos; ni siquiera hay con que desinfectar los pisos ni las paredes. Todo es caótico y el peligro de contagio o de un brote epidémico es eminente.
La violencia está disparada, los saqueos y los robos abundan. Cada día es más la gente que busca algo de comer en las basuras, o huye hacia los países vecinos. Colombia está inundada de venezolanos buscando refugio.
Lamentablemente, Venezuela está ad portas de una guerra civil; muchos dicen que ya se vive en las calles una guerra no declarada. Nadie sabe a ciencia cierta cuántos opositores han muerto, ¿100, muchos más? ¿Cuántos son los presos políticos y los militares, opuestos al régimen, presos? Se creé que son miles.
Y Maduro ha respondido eliminando, prácticamente, el poder de la Asamblea Nacional, en su gran mayoría opositora, y aumentando el poder y el número de las “milicias “, de 100 mil a 500 mil hombres armados y listos a reprimir, al estilo cubano, cualquier alzamiento de la población apoyada por la mayoría del ejército que rechaza la rampante corrupción de los generales.
Para rematar, el dictador pretende instalar, el primero de agosto, una Asamblea Constituyente conformada por sus compinches y encabezada por personajes tan corruptos y nefastos para la democracia y el país como su mujer, Cilia Flores, Diosdado Cabello y la ex canciller Delcy Rodríguez.
El gobierno de Maduro, enemigo de su pueblo, se ha convertido en una criminal narcodictadura, auspiciada por los gobiernos izquierdistas de Cuba, Bolivia, Nicaragua y Ecuador, y algunos caribeños, que se niegan a reconocer la ilegalidad del régimen y sus violaciones contra los venezolanos.