“No es ningún secreto que el crimen organizado en Estados Unidos gana más de US$ 40.000 millones al año. Es una suma bastante considerable teniendo en cuenta que la mafia gasta muy poco en equipar oficinas.”
-Woody Allen.
“Se les aguó la fiesta a los mafiosos”. Ese fue el titular que le costaría la vida a Guillermo Cano. La mafia no es un juego ni es un movimiento, incluso tampoco una organización, es un sistema y es un fenómeno.
Pablo Escobar representa en Colombia, pero más que todo en el exterior, la figura de una leyenda. Tal cual como Marcos Aguinis relata lo que el grandioso Borges concluye en su relato titulado “El proveedor de iniquidades” sobre el mítico gánster neoyorquino Monk Eastman con la frase de que “no era un criminal, sino una leyenda”.
La mafia se hizo un lugar en la sociedad contemporánea desde su debut a principio del siglo pasado. En Nueva York tuvo su auge alguna vez la mafia italiana, bien conocida, también la mafia irlandesa, asimismo la mafia judía, tal vez menos conocida. Aunque no se quedan atrás Londres, Paris y Roma, entre otras grandes ciudades en lo que a este tema respecta.
En Colombia, en cambio, la mafia surge en los tempranos 70, pronto se convierte en un conglomerado de sucesos atroces que mezclan el sentido puro de la mafia junto a una historia de sangre del país que hacía décadas había comenzado con el periodo de la violencia. Y, cuando surge la mafia, en principio con el comercio de la marihuana y después entrada en los 80 con la cocaína, el país se transforma en muy poco tiempo en una “sociedad tomada” por la mafia.
John F. Kennedy fue una víctima de la mafia. Es un magnicidio que algunos creen sigue sin resolverse, pero en el que es evidente que fue la mafia, la cual conoció por medio de Frank Sinatra, por ejemplo, quien se crio junto a ellos y casi como ellos, a pesar de haber tomado caminos un tanto diferentes luego.
Entonces, la mafia no es solo una, son un conjunto de organizaciones, incluso no ligadas a las drogas en todos los casos, sino ligadas a los intereses egoístas y perversos de sectores específicos. Hay mafias corporativas, sociales, políticas y por supuesto económicas, como el caso de la droga. El fin es económico, en definitiva, y se transforma en un “juego de poderes” a la final.
México es un ejemplo de lo que pasa cuando la mafia se toma el poder, igual parte de la Italia meridional o del sur, y como no Colombia, que pareciera que perdió su guerra contra la mafia desde que la “inició”.
Por eso ver que un fiscal extranjero, en este caso el fiscal paraguayo Marcelo Pecci, haya sido asesinado mientras pasaba su luna de miel en la paradisiaca playa de Barú junto a Cartagena de Indias, deja entrever que a la mafia no se le agua la fiesta. Pecci deja a una esposa viuda y a un hijo huérfano, y ¿cuántos más también?
Al estilo de la mafia tropical o caribeña, es decir, con tres sicarios en lancha o “jet ski”, el fiscal que precisamente investigaba al crimen organizado, entendiéndose mafia y narcotráfico, fue cobardemente secuestrado de su vida. El acto no es “repudiable” como arguyó el ministro Molano, es inadmisible.
Mientras que Colombia no deje de ser un país atacado, concomitante, corrompido y reincidente a la mafia, no podrá avanzar en el tiempo.
@rosenthaaldavid