Las marchas populares del pasado domingo fueron una realidad; cientos de miles de personas salieron a marchar y protestar por todo el país, en forma pacífica, con toda una serie de mensajes en contra del gobierno, sus reformas y sus desmanes, también muchos enarbolaban, el fuera Petro y mensajes con contenidos de mayor calibre.
Aunque el presidente, en su retórica contestataria, salió primero a minimizar la intensidad de la protesta señalando que los marchantes eran muchos menos de los que en realidad se veían y luego, ante los hechos tozudos, pasó a deslegitimizarla acusándola de ser patrocinada por el paramilitarismo y la ultraderecha; para terminar posteriormente dando declaraciones, en las que se realiza una auto victimización, advirtiendo que lo querían matar y tumbar del poder para el cual fue elegido legítimamente; sus alfiles más cercanos como la señora Sarabia y el ministro del Interior, en cambio y seguramente concertados, tomaron un lenguaje más consecuente, señalando que se debería reflexionar sobre lo acontecido con las marchas.
Desconocer las marchas y la cuantiosa participación ciudadana, sería como tapar el sol con las manos; pero sobre lo que sí cabe reflexionar es acerca de cuál es su real significado y para qué sirven en una democracia. Sin duda son una expresión popular de descontento con el gobierno actual y sus políticas públicas. Sirven para que el gobernante, si es sensato, haga un alto en el camino y reflexione sobre lo que está fallando en sus políticas. Podría ser también un llamado a la concertación, para que el gobierno abra un diálogo constructivo y discuta con las gentes acerca de lo que gusta o no de las reformas que quiere imponer.
Las marchas deberían entenderse como una gran oportunidad de escuchar a la gente y enderezar el trabajo de gobierno. Sería la forma más juiciosa y constructiva de atender la voz populi. La democracia es una expresión popular, que articula el poder a través del derecho y en un Estado de Derecho, cuando el pueblo habla, el gobierno escucha.
Pero, cuando el gobernante es contumaz, no entiende razones y subestima los hechos indiscutibles como lo han sido las marchas, estamos en el peor de los escenarios. Las marchas se tornan entonces en ineficaces e inconducentes para un fin loable y pueden convertirse en masas al garete, sin conducción y designio unificado; viene la violencia y la incitación a la rebelión y al desorden; todo ello no por culpa de las marchas en sí mismas o de la gente que participa en ellas, sino por la insensatez del gobernante.
Esperemos que la respuesta del gobierno sea una reacción democrática a una problemática que no puede soslayarse; tiene la oportunidad de concertar, de corregir, de atender los reclamos sentidos de la gente, de apostarle a un país mejor, de construir unas políticas públicas inclusivas pero concertadas, o puede optar por el caos y por la destrucción. La historia es la que juzgará las decisiones que se tomen a consecuencia de las marchas populares contra Petro.