MARÍA ANDREA NIETO ROMERO | El Nuevo Siglo
Domingo, 19 de Mayo de 2013

Made in Bangladesh

Una  de las tantas imágenes escalofriantes de la tragedia vivida en Dacca, capital de Bangladesh, hace tres semanas, es la de una pareja que, entre las ruinas del edificio de 8 pisos que se vino al piso y mató a más de un millar de personas, fue encontrada abrazada como en una especie de un último intento de sobrevivir, o quizá de acompañarse en el momento de la muerte.

Bangladesh es un país que logró tras décadas de pobreza extrema, escalar un peldaño en el proceso de vencer la denominada “trampa de la pobreza” del economista Jeffrey Sachs, a través del establecimiento de una industria textil que permitió que sobre todo miles de mujeres abandonaran el campo y se trasladaran hacia Dacca en  búsqueda de mejores condiciones de vida. Un salario un poco más elevado (apenas 70 mil pesos mensuales) que les permitiera tener una vida más digna y generar excedentes para acceder a las denominadas “libertades económicas” de Amartya Sen.

Sin embargo, a pesar de la evidencia de la transformación de un país netamente agrario hacia una economía que ha basado su crecimiento en las exportaciones textiles, lo cierto es que detrás de la etiqueta “Made in Bangladesh”, hay una industria que se aprovecha del hambre de las mujeres que confeccionan las prendas de marcas tan destacadas como Gap, Walmart, El Corte Inglés, Inexmoda, Mango y un largo etcétera.

En una columna que escribí hace unas semanas llamada “Comercio Justo”, hablé de cómo las cuentas de los costos en la producción textil proveniente de la China no me cuadraban. Pues bien, en el marco de la macrorrueda celebrada la semana pasada en Miami, tuve la oportunidad de reunirme con una compañía americana interesada en comprar camisetas para uniformes de niños. El hombre me decía que en Egipto compraba la prenda terminada por un costo unitario de dos dólares con cincuenta centavos. Le comenté mis dudas, “alguien está perdiendo con ese costo y sin lugar a dudas son los trabajadores”.

Conversamos sobre economías de escala, producción vertical y un sinfín de variables para tratar de explicar los costos tan bajos en esas economías y justos en términos colombianos. Como país con una industria textil de cinco décadas, tenemos que darnos por bien servidos, y reconocer que nuestra etiqueta “Made in Colombia” tiene impreso el sello no solo de excelente calidad sino de respeto por los derechos de los trabajadores. Que falta camino por recorrer, por supuesto que sí, pero al menos espero que estemos muy lejos de presenciar una tragedia como la de Dacca.