El miércoles de Ceniza falleció el médico, cirujano y humanista, José Félix Patiño, egresado de Yale con tesis laureada; fue ministro de Salud, rector de la Universidad Nacional a la cual legó los trece mil volúmenes de su Biblioteca, jefe del Departamento de Cirugía del Hospital La Samaritana, uno de los principales promotores de la Fundación Santa Fe, presidente de la Academia de Medicina, profesor emérito, autor de obras científicas y muchas cosas más.
Hemos agradecido que hubiera logrado durante su ministerio el ingreso de los medicamentos genéricos para abaratar el precio de los productos farmacéuticos. La información médica computarizada se hizo posible gracias a su iniciativa, al suscribirse el convenio entre la Biblioteca Nacional de los Estados Unidos y el gobierno colombiano.
El doctor Patiño amplió por todos lados su especialización cardiovascular. Quiero destacar su condición de conocedor de la música clásica, de la Ópera, de admirador de la soprano estadounidense-griega de cuya voz quedó impresionado desde cuando asistió en 1956, en el Metropolitan de Nueva York a una presentación suya. Siguió el curso de su vida, escribió el libro “María Callas: la Divina Prima Dona, Voz de Oro del Siglo XX,” analizó actuaciones liricas, la fisiología respiratoria; cada vez que podía compraba un disco y guardaba celosamente recortes de prensa, tenía las diez y seis biografías anteriores a la que presentó en el año 2000.
En ese tiempo averigüé por el curso de su trabajo y quedé impresionado con la explicación que me diera un común amigo, don Bernardo Hoyos, interesado en el esfuerzo que venía realizando. Comentaba que el distinguido compatriota disfrutaba con la elaboración detallada de su texto y oyendo las grabaciones de Bohemia, Tosca, el Pirata y Macbeth interpretadas con acierto.
En mi caso, me he interesado por el prolongado romance de la Callas con el multimillonario armador griego Aristóteles Onassis, quién decidió dejarla y no casarse con ella para contraer desafortunado matrimonio con la viuda del presidente Kennedy. Dicho asunto, con la mayor discreción, lo trata el autor coincidiendo con las alteraciones de voz de la Diva, su sufrimiento y el estado de ánimo que la afectaba al morir en 1977, a los cincuenta y tres años en París.
Al revisar la cantidad de citas, partituras, fechas, lugares, datos menores y mayores, es imposible dejar de mencionar la importancia del libro, escrito no solo por distracción, unido a la extraordinaria labor que se encuentra en el curso de la existencia de una persona vinculada a la acción social, asistente permanente a eventos culturales, comprometido con el desempeño de su noble profesión, inteligente, amable y emprendedor.